viernes, 15 de noviembre de 2019

EL PAISAJE COMO PATRIMONIO CULTURAL




El concepto teórico de cultura hace que prácticamente a todo lo que nos rodea lo podamos englobar dentro de la definición técnica de Patrimonio Cultural. Esto, inimaginable hace unas décadas, inasumible todavía hoy, impracticable en lo que a fundamentos jurídicos s refiere, no deja de ser un reflejo más de la complejidad absoluta de nuestra sociedad postmoderna.
A pesar de ello, ese sentido utópico de entender nuestro entorno como Patrimonio es en sí un reto que, a la vez, nos permite descubrirnos como hacedores del territorio y de nuestra propia Cultura (con mayúsculas); además de convertirse, en ese lenguaje tedioso y feo del desarrollo, en una oportunidad. Pero también es una responsabilidad, pues como ocurría no hace tanto con lo que se denominaba “patrimonio popular”, los habitantes de un territorio son los cómplices necesarios para que sus tradiciones se respeten, se protejan y, por supuesto, se defiendan.
Según la UNESCO el Patrimonio Cultural “designa la herencia, material o inmaterial, recibida por una comunidad… para ser disfrutada y protegida por las generaciones presentes y también para ser transmitida… a las generaciones que vendrán”. Dicho concepto es “subjetivo y dinámico”, de ahí que cambie a medida que cambian los valores de nuestra sociedad, para bien o para mal.
A pesar de ello, la visión decimonónica sigue muy presente en nuestra mentalidad y, lo que es peor, en los técnicos y estructuras políticas que ordenan nuestro territorio. Sin embargo, la mayor complejidad radica en hacer ver a los propios habitantes de muchos lugares, esa posición de responsabilidad como hacedor y como protector de su propio territorio. Esa salvaguarda de unos valores y de unas formas de ser que quizás nosotros mismos desconozcamos, en este pasaje actual en el que lo rural y campesino ha desaparecido casi completamente, para convertirnos en una suerte de híbridos culturales donde prima lo urbano y el consumismo desaforado; sea a través de centros comerciales o a través de “amazon”.
La amplitud del término quedó reflejada en el Convenio Europeo del Paisaje del año 2000. Un Convenio que, como tantos, es sencillo de firmar y utilizar como foco de progreso; pero mucho más difícil cumplir por las trabas con las que se cruza la realidad económica de la cual todos participamos.  Tanto haya llovido mucho como si no, se consolida el concepto integral e indisoluble de Patrimonio Cultural, donde lo natural, lo inmaterial y aquello que todos tenemos en el imaginario como patrimonio, no pueden desligarse en cajones compartimentados para construir un todo; nuestro todo, nuestro paisaje cultural.
Según el Convenio, el Paisaje nos proporciona valores y retos sociales, económicos, culturales y naturales. El por qué del mismo debemos de relacionar con esa Unión Europea moderna y progresista que siempre va por delante de unos estados que, pesados y viejos, tardan en reaccionar.
Porque, ante la pregunta de si deseas proteger nuestro legado cultural reflejado en el paisaje, todos o casi todos responderían con un sí, lo difícil es el cómo llevar dichos deseos a la práctica. Así pues, hemos vivido en el último lustro un supuesto proceso participativo en el cual reflejar por zonas geográficas (en el caso aragonés por comarcas) unos mapas de paisaje que ayuden a nuestros gestores a valorar las posibilidades del paisaje como recurso integral y proteger aquellas diversas zonas de la vorágine desarrollista. Y hablo de supuesta participación porque, tras años de proyectos, agendas 21 y estrategias en los cajones, los “homo participativos” han ido alejándose de ciertas mentiras envueltas en papel de regalo y la realidad muestra una escasísima participación. Sobre todo de aquella gente que por implicación y formación más tiene que aportar. De todos modos daría igual, el papel “asesor” todo lo soporta.
En el caso de nuestro paisaje el reto es doble. Nuestro imaginario colectivo nos impide ver más allá de los conceptos clásicos de nuestros cabezos pelados. Difícilmente llegaríamos a una conclusión consensuada de qué partes del todo, e incluso de qué todo deberíamos hablar, proteger y salvaguardar como herencia cultural para los siglos venideros. Un panorama clásico de una zona de secano, donde el territorio es tan barato y las perspectivas tan pocas que cualquier proyecto sería bienvenido sin pensar más allá.
Contamos con un hábitat disperso clásico en las huertas; las Torres. Y con ciertos elementos etnográficos, incluyendo caminos y parameras modificadas por el hombre que, aunque por unos minutos, deberían de hacernos reflexionar. Difícilmente volveremos a lo de antes, ni falta que hace en muchos casos, pero vemos cómo evoluciona el paisaje con sus concentraciones, la falta de cuidados y lo que quizás es peor, la falta de una mentalidad colectiva de valorar esto como importante. Siempre a remolque, la ribera del Martín se fija luego en otras comarcas que se han pensado más y, al menos, son conscientes de aquello que les es propio y quizás haya que conservar.
Los paisajes recordados cambian. Si incluso existe una propuesta de convertir la térmica de Andorra en un paisaje cultural y creativo, otra cosa es que cuaje o nos convenza a los habitantes del territorio, por qué no pensar en Paisaje en lugar de en pueblo. Por qué no pensar en cultura y legado en lugar de en mero desarrollo; muchas veces pan para hoy y…
Pronto el secano se convertirá en mar fotovoltaico, caminos trazados con tiralíneas por el bien de la producción… Todo amparado por una ciudadanía que, aquí sí, piensa en verde, pues es el verde el color que no tiene cuando deja de asomarse por las anteojeras del imaginario colectivo.
Todos conocemos la historia de nuestro paisaje sufrido. El agua, o mejor dicho, la falta de ella, nos hace inmunes a un amor que a veces fue odio. Nos hemos creído, con razón o sin ella, que vivíamos en la “fealdad”. Nada que objetar, pero no nos lamentemos luego de no habernos conocido lo suficiente y dejemos siempre lo nuestro como foto de postal inexistente.


Víctor Manuel Guiu Aguilar

Colectivo Sollavientos


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