Es posible
que no se haya escuchado tantas opiniones y comentarios juntos sobre el cambio
climático como las escuchadas en los días previos y en los que se está
desarrollando la Conferencia sobre el clima o COP25 en Madrid.
Es cierto
que no es un problema local o de un determinado lugar, sino que su gravedad se
debe a que afecta a todo el planeta y da igual donde se produzcan las
emisiones, pues no tienen ni fronteras, ni limitaciones, pero no es menos
cierto que no a todos afecta por igual, pues a los países pobres les va a
resultar mucho más difícil su adaptación y a las zonas costeras les va a
impactar con más fuerza y a determinados ciudadanos de islas del Pacífico ya
les ha obligado a emigrar, como a muchos de países que sufren severas
sequías.
Sin olvidar
este carácter global del problema, sí que podemos hablar de la incidencia sobre
determinadas comunidades o espacios y evaluar su mayor o menor afección. Desde
esta perspectiva nos podemos plantear si el cambio climático tiene una
incidencia especial en el mundo rural y si este tiene que tomar unos
determinados comportamientos para facilitar su mitigación. No es menos cierto
que muchos de los debates y de las perspectivas se plantean desde el mundo
urbano y sus preocupaciones. Pero no se trata de un enfrentamiento entre
culturas, sino de dar luz a las distintas percepciones y sensibilidades.
Cualquier
cambio en el clima, que no es el tiempo, que varía permanentemente, tiene mucha
más incidencia en las actividades del mundo rural que en otros espacios, pues
sus actividades está muy íntimamente relacionadas con el medio natural y con
todos los procesos que en él se dan, y uno muy importante es el clima. La
agricultura y la ganadería dependen del “cielo”, que decían nuestros mayores,
pues todos sus ciclos están influenciados en gran medida por las lluvias, las
heladas, las tormentas, los episodios de calor…
Cuando estos cambian y se vuelven más inestables, pongamos por ejemplo
las sequias prolongadas, las actividades agrícolas y ganaderas sufren de manera
mucho más importante que otros sectores, pues deben procurar el alimento de los
animales con productos traídos de fuera, como la soja, y elevar el precio de su
producción, sin que el mercado lo asuma en muchos casos. Por tanto, el cambio climático afecta al mundo
rural de forma muy significativa.
Otro de los
sectores que ayuda al mantenimiento del mundo rural es el turismo, que
podríamos pensar de entrada que éste se va a ver beneficiado por unas
temperaturas más cálidas, pero sin ser exhaustivos, son previsibles
dificultades en los abastecimientos de agua, el exceso de consumo para
estabilizar la temperatura en los establecimientos, tanto en verano con aire
acondicionado como en invierno con calefacción. Las olas de calor no facilitan
el disfrute del medio, y unos bosques enfermos no ayudan a su disfrute.
En la
actividad forestal estamos viendo que los bosques sufren un fuerte estrés
hídrico que afecta a la defoliación de los árboles y por tanto han mermado un
mercado que ya no estaba en sus mejores momentos. También las plagas son mucho
más severas y recurrentes, por lo que los árboles sufren fuertes defoliaciones
y en ocasiones mueren.
Al actuar
frente al cambio climático, el mundo rural se puede convertir en el espacio
donde se plantean las nuevas actividades que intentan mitigar sus efectos, como
la generación de electricidad o la captura de CO2, con importantes impactos en
su patrimonio y volviendo a convertirlo en productor para el consumo de otros. Esto
sería un efecto colateral, pues no sería un efecto directo del cambio en el
clima, sino de las actividades que tenemos que plantear para mitigar las
emisiones.
El mundo
rural es el gran proveedor de recursos ecosistémicos; en lenguaje más vulgar,
de cosas necesarias para poder vivir, como los alimentos, el oxígeno, el agua,
los recursos forestales y minerales… Pero todos estos recursos son precisamente
los que más van a sufrir merma o deterioro si la temperatura del planeta sube
más de 2º, por lo que las actividades económicas en el mundo rural tendrán una
disminución en su rentabilidad.
Es tiempo de
actuar y de plantear el futuro con responsabilidad, con la determinación que
exige la emergencia climática, pero sin los errores de la improvisación.
Javier Oquendo
Miembro del
Colectivo Sollavientos
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