En el calendario el verano se acaba. Rally individual
prudente para llegar allí a tiempo, por no haber salido antes. ¿Dónde está San
Agustín? (menos mal que no me han contestado que en el cielo). ¿Para el Mas
Blanco? Mi ineptitud para memorizar y aplicar las indicaciones amablemente
proporcionadas. Ya lo veo allá arriba (la vista me es conocida por una
fotografía). Tenía que haber llegado antes del mediodía oficial y lo he
conseguido. Aparco en un lugar que no considero adecuado, en la puerta del
‘centro de recepción’ porque no encuentro un sitio mejor. Parece que me esté
esperando Neus La Roca, que sale al momento a recibirme. Me presento: amigo de
Lucía Pérez y componente de Sollavientos. Hago entrega de una bolsa de bayetas
y de tres toballas (dos por estrenar y otra lavada), de las que acumulaba mi
madre en la casa de Santa Bárbara, como donativo, muy bien recibido, a la
asociación Recartografías (podéis consultar el artículo de Lucía Pérez, del 15
de junio pasado, publicado en este blog, “Querer es poder. Recartografías y el
Mas Blanco”), aparte de los 2 € a cambio de la entrada a la visita guiada por
la misma Neus. El grupo esperado se retrasa y más tarde de lo previsto se
inicia la visita con otro, numeroso. Antes Neus ya me había hecho el aperitivo
de la explicación de las instalaciones de esta verdadera ‘aldea’: recepción con
el ‘flamante’ WC y la ‘vanguardista’ tabla rectangular con un agujero redondo,
delicadeza de la población para una de las maestras, de la que se conserva buen
recuerdo por su implicación educativa. La gente del mas no disponía de este ‘adelanto’
y hacían sus necesidades en el corral o en el campo, como han hecho los
masoveros y pueblerinos toda la vida.
El Mas (el conjunto de casas) no dispone de agua corriente:
siempre hubo y hay que ir a buscarla al Pozo la Muela, a más de 2 km, donde
está la fuente (con un rótulo indicativo en cuidada cerámica, de no lavar
perros, en castellano y en perfecto inglés). Su agua alimenta el lavadero para
todos los mases de la contornada, en cuya columna central hay un aviso
renegrido, todavía legible, de no usar el puesto que no corresponde para lavar
bajo multa de 5 pesetas, en el que figura 1945 como el año de su restauración. Tampoco
hay luz eléctrica, cuestión que no preocupa a Neus, al contrario que la falta
de agua. El poblado se abastecía de agua mediante un aljibe (“la jipe” en el
habla local), de dimensiones considerables, en la actualidad seco y con un buen
tajo de tarquín seco para extraerse.
La visita comienza por un centro de interpretación, en cuya
contigüidad trabaja gente joven luciendo y barnizando una puerta. El vestíbulo
consta de 9 paneles, que va explicando Neus al grupo de visitantes enmascarados,
entre los cuales: la vida en las masías, el llamamiento de los masoveros a
quintas, la gestión de la muerte, la industrialización del territorio, las
políticas de desintegración de la vida masovera, el mundo rural en tiempos de
democracia, el futuro…
La escuela y la casa de la maestra están al lado. El aula
rehecha (“1950 ESCUELA NACIONAL MIXTA” sobre la puerta de entrada): mobiliario,
carteles, mapas, pizarras escritas, cuadernos impecables de alumnos de 1948-49
con contenidos del nacional-catolicismo, vitrinas con documentos, el crucifijo sin
los retratos habituales del caudillo y su ‘primo’… Un visitante con una buena
cámara lo fotografía todo, yo casi todo con una de bolsillo. Dentro del mismo
edificio, contigua, está la casa de la maestra, reconvertida en museo de la
vida rural: cada habitación ha sido destinada, convenientemente provista y
amueblada, a ilustrar diferentes aspectos que gravitaban en torno al día a día
de los masoveros y masoveras: la taberna-tienda, recocina con utensilios, una
especie de salita, la consulta del médico fumador, la farmacia provisora
también de hierbas curativas, un puesto de mando de las fuerzas fascistas
triunfadoras en la guerra con maniquíes ataviados y los retratos del ‘tío Paco’
y de su ‘primo’ (de Rivera), y, dando a la puerta de la recepción mentada de
este Museo de las Masías y de la Vida Rural, unas vitrinas con restos
arqueológicos del litigio bélico: cascos, una aceitera para lubricar las armas,
peines de proyectiles de ambos bandos,…destinados a otro espacio que en estos
momentos restauran y acondicionan Luis del Romero con unas chicas en una casa
más allá de las eras, de una calle descendente.
Taberna-tienda
Luis es el geógrafo de la Universitat de Valencia que ha
dirigido la elaboración y promoción de
este proyecto de custodia del territorio y restauración con el objetivo de
revitalizar el Mas Blanco y ponerlo al servicio del conocimiento de la vida
rural (“La Universidad de las Masías”) y que hoy, domingo, se ha pringado
literalmente de yeso.
Visitamos el horno, restaurado y en funcionamiento, con una
artesa, un cedazo –ciazo, que dirían
en Aliaga- y dos bancos, y a continuación la reconstrucción de un puesto de
transmisiones de la CNT con varios objetos de la época, entre ellos una lata de
CAMPSA con los colores republicanos y una valiosa bandera del Consejo
(anarquista) de Aragón: 4 barras rojas a la izquierda y tres franjas horizontales,
negra la superior, morada la inferior, y roja la central, más ancha –todos los colores antifascistas-, con el
escudo variopinto del que amanece el sol.
Hay además una casa restaurada más abajo, “la
del galés” y en el poblado también otras particulares en uso o en proceso de
restauración. Un palomar se ve, separado, hacia el Norte. Queda mucho por reconstruir
y restaurar, pero la cosa ya está en marcha y avanza. No puedo dejar de citar
otro pequeño recinto, a la altura del horno, adornado con un trillo y otras herramientas
agrícolas, en el que una aventadora bloquea el paso al vacío de un trujal de base
cuadrada, con una profundidad de 3 m, de
paredes de ladrillos blanquecinos, donde fermentaba el vino comunitario para
repartirlo proporcionalmente a la cantidad de uva aportada.
Conozco a Maribel, de Galve, interesada por reunirse para
tratar la recuperación del patrimonio de molinería de Teruel (unos días después
la reencontraré en su pueblo, bien simpática).
Llega el momento de despedirme (Luis y un pequeño grupo de
jóvenes arrastran una gamella algo corcada. Visito afanosamente el Pozo la
Muela y me voy a buscar dónde comer. No será en S. Agustín (“Cerrado por
vacaciones”), sino en “Los Maños” de la Venta del Aire: un perolico de sopa y
un flan que reconfortan mi estómago molesto. El camarero es sudamericano: ¿Cuál
es el volumen y la incidencia de la inmigración global en Teruel?
Gonzalo Tena Gómez
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