El 22 de marzo de cada año está dedicado al “Día Mundial del
Agua”. El agua no solo es ese compuesto químico capaz de manifestarse en sus
tres fases (sólido, líquido y vapor) sobre la superficie de la Tierra. También
es un componente del paisaje (por cierto, de los más valorados entre todos: roquedo,
cubierta vegetal, elementos antrópicos, fauna, etc., a juzgar por las encuestas
que realizan los ecólogos y los estudiosos del paisaje). Pero el agua no solo
se manifiesta en el paisaje por su mera presencia física (nubes, ríos,
manantiales, glaciares, lagos…) sino que lo puede hacer de forma más sutil. Por
ejemplo alimentando subterráneamente un manantial, proporcionando elementos
singulares del paisaje como los humedales, bosques galería, clotes,
chumarrales… Yéndonos a otros dominios climáticos, ¿qué es un oasis sino una
salida natural de aguas subterráneas? Volviendo a nuestro solar hispano, los
humedales son tal vez una de los principales ecosistemas cuya existencia se
debe al agua (tanto superficial como subterránea), hasta el punto que de
nuestros quince Parques Nacionales, dos están dedicados a los humedales (más
conocidos como wetlands en la literatura
científica): Doñana (el más reconocido de nuestros parques en Europa), y el
Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Y de los restantes Parques Nacionales,
en muchos de ellos el agua juega un papel muy importante, como en los casos de
Aigüestortes y Lago de San Mauricio, Picos de Europa y Sierra de Guadarrama. En Teruel tenemos la laguna de "El Cañízar" como un genuino representante de un humedal.
Lo que quisiera destacar en estas breves líneas es el
impagable servicio ecosistémico que prestan los humedales, tanto a la
ciudadanía como a la propia naturaleza. Estos servicios son por un lado
intangibles para la sociedad (como el bienestar, el ocio, prácticas
cinegéticas, capacidad de recreación, salud…). Por otro lado, la propia
naturaleza se ve beneficiada por su biodiversidad, generación de microclimas,
captura de dióxido de carbono y diversificación del paisaje. Pero todavía hay
más perdigones que cargar: capturan nutrientes, descontaminan el agua, laminan
crecidas fluviales, proporcionan combustibles y aportan calorías a la dieta a
partir de capturas de peces y crustáceos, principalmente. En el pasado, los
cañaverales fueron fuente de abastecimiento a la industria de la sillería, cestería, aperos de labranza, etc.
Todo puede tener cabida en estos formidables espacios que nos
regala la naturaleza si se lleva una adecuada gestión por medio de los Planes
de Ordenación del Medio Natural y Rural (o similares, según qué Comunidad
Autónoma). Ya que hemos mencionado los perdigones, es lamentable constatar que
debido a las prácticas cinegéticas en algunos de estos espacios se ha detectado
una dañina presencia de plomo en los suelos. El yin y el yang, con el que constantemente tenemos que aprender a convivir.
Fermín Villarroya (Colectivo Sollavientos)
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