En Madrid necesitan mucha energía, y esto nos crea el dilema de qué hacer con nuestro territorio. Se me presentan tres posturas personales, y ninguna me convence. Y es que esto de la energía eólica en Aragón es algo con mucho fonema /j/. Jota del traidor que vende su territorio por 30 monedas de plata. Ge fricativa sorda del que se siente orgulloso de su opinión sobre un tema, que cree fundamentada, pero al que se la están colando. O jota del que canta para identificarse con su terruño, que es el mejor, y acepta todo tipo de coplas. Los judas iscariotes, los gilipollas happyflowers y los joteros chovinistas. La primera jota es la corrupta, la segunda es la ignorante, y la tercera, muchas veces, la insolidaria. ¿Dónde está la verdad entre tanta bazofia? ¿Qué opción es la más legítima o, aunque sea, la menos impura?
La jota del que permite que se expolie su territorio, se creen condiciones para la extinción de otros seres vivos diferentes al Homo sapiens, se destruya su paisaje… se defiende con los conceptos de crecimiento, trabajo, transición energética… “Hay que hacer lo que sea porque es necesario buscar alternativas a la crisis energética y al desaforado consumo de energías contaminantes”. Su lógica es que, como hay que seguir consumiendo energía, hay que disponer lo necesario para ello. Caiga quien caiga. Si cae la alondra ricotí o el paisaje, es un mal menor; ya nos acostumbraremos. Si hay que hacerlo desde el modelo capitalista, pues no pasa nada: es lo que se ha hecho siempre (o al menos en los últimos 200 años). Y si de paso se saca tajada, pues es de tontos no hacerlo. Los pelotazos se buscan, pero también se encuentran. Conclusión: si es el momento de vender el territorio, se vende. Se presiona a quien haya que presionar, se unta a quien se haya de untar, y se cobra lo que se haya que cobrar, aunque sea la promesa de una puerta giratoria o de un trabajo de mantenimiento en un parque eólico.
La jota del ignorante que cree que con las energías “limpias” y “renovables” se va a solucionar el cambio climático es muy tierna, pero demasiado facilona. Es muy cómodo ser ecologista urbanita feliz, comprar una solución verde sin preocuparse de nada más, sin intentar enterarse ni comprender todas las dimensiones y complejidades del problema. Dar un cheque en blanco a los que manejan el cotarro bajo la premisa de la “emergencia climática”. Y con la conciencia tranquila.
La jota del que piensa que lo de Aragón es para los aragoneses, y que el agua del Ebro no se transvasa, y que no hay humor más fino que el de nuestro canto universal, es quizá la postura más incómoda de defender, en especial para los que se sienten cristianos…, o simplemente buenas personas ¡Cómo les vamos a negar a los de Madrid, Barcelona o Valencia unos cuantos megavatios o unos pocos hectómetros cúbicos de agua! Su punto fuerte, paradójicamente, es la falta de correspondencia en esta bonhomía por parte de los receptores de su sacrificio. En otras palabras, lo que permite que uno defienda ser insolidario, y se quede tan tranquilo, es la insolidaridad de los demás. Somos malos porque los otros también lo son.
Yo no sé qué hacer. No sé si alquilar mi secano para un parque. Si no pensar más y dejarme convencer por Greenpeace o la ministra (ellos saben más). O denunciar en la prensa que la energía renovable de Teruel (y las arcillas) va a ir a parar a la industria cerámica de la Plana de Castellón. Pero la cruda realidad de este momento, bajo la avalancha de proyectos eólicos, es que no son la solución verde y definitiva para la transición energética y la lucha contra el cambio climático, y no se está llevando a cabo con justicia social y sin corruptelas (de ahí la reivindicación “Renovables sí, pero no así”). Además, no se ve siempre una correspondencia de otros territorios, sociedades o gobiernos en las soluciones adoptadas: Unos países vuelven al carbón, otros siguen haciendo negocio con el petróleo, y algunos territorios no aceptan los molinos. Incluso se vuelve la mirada hacia la energía nuclear.
Llenar Teruel de parques eólicos o fotovoltaicos no es la solución al problema de la transición energética. Haría falta todo Aragón para que Madrid “no se apague”. Aunque dispusiésemos de todo el territorio para producir energía para la iluminación, calefacción, refrigeración, industria y transporte de Madrid, seguramente sería insuficiente. Y además están los valencianos, alemanes y resto de europeos, que, en teoría, también son merecedores de nuestra solidaridad. Pero si al final decidimos ser solidarios y vender nuestro territorio, al menos que el beneficio no se lo queden unos pocos. Y por lo menos que en Madrid pongan algún molinico, aunque sea para disimular.
Por desgracia, en el momento actual parece que hay que elegir entre una de estas tres opciones, la tajada, el autoengaño pseudoecologista o el chovinismo insolidario. Son los tiempos que corren. Pero es imposible cuadrar la ecuación con alguna de estas tres soluciones o sus combinaciones. Quizá haya que cambiar de sistema de ecuaciones y empezar a pensar seriamente en decrecer.
Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos
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