El que lo sigue, lo consigue. Y el que lo ha conseguido con su vehemente trabajo voluntario que incluye el de mantenimiento, es Agustí Guilera ("el molinero"), el ínclito / inefable / creativo / radical propietario del molino de la población, recreado y bautizado por él mismo como “de Damaniu” en homenaje al poblado ibérico que hubo enfrente, en la “Muela”.
El coqueto parque, resultado de un anhelo por ejercer una acción local y comunitaria, se denomina “La Alameda”.
Bien es verdad que el papel del alcalde, Andrés Sánchez, ha sido fundamental para redondear la realización del proyecto, con su implicación personal a bordo de su tractor y con la consecución de una subvención por parte del Parque Cultural del Maestrazgo para adquisición de mobiliario, ya fijo, y nuevas especies de arbolado que se han añadido a los 30 chopos de mediana edad que han estado esperando a sus hermanos pequeños, recientemente trasplantados: tres arces, tres olmos, un abedul, una noguera, una acacia, un sauce común y dos llorones, dos moreras y un árbol del amor. Todos ellos formando una plaza circular, la Plaza del Amor.
La pequeña vaguada sobre el que se asienta, contigua a la carretera de Camarillas o Galve, por la que se accede costeando la magnífica y relegada ermita de Santo Domingo, esa original pagoda cristiana de piedra y ladrillo, ha sido decorada con sencillas esculturas salidas de la cabeza y la mano del tenaz impulsivo impulsor, cual un íbero más, realizadas con materiales naturales y reciclados: piedra, madera y hierro (atención al corazón-veleta asaetado), que complementan a la blanca escultura coral “La Noche de San Juan”, obra de 1999 de Nuria Pérez Bello, de Galve, rescatada y trasladada a la parte baja del parque, erigida en protagonista, con una carga simbólica ligada al trabajo agrícola secular y la fiesta del fuego, que transciende el territorio de La Val. Una isla rodeada de un foso circular, un petit chemin zen marcado por una hilera de piedras planas, una serie esparcida de piedras pulidas de cantera a modo de mesas, y papeleras son sus complementos internos. Y no falta un chalecito de madera para pájaros de vacaciones sujeto al tronco del chopo más gordo. Un circuito zen anilla el espacio a modo de pista de circo romano, que se puede recorrer caminando, corriendo, en bicicleta o quizá en carro.
Una acequia rodea el parque con dos escaleras de acceso (solárium de ranas) y tres cubos amarrados proporcionan el riego manual.
La serenidad de los atardeceres brinda la contemplación de los retazos que ofrece el paisaje agrario circundante: nubes caprichosas, cielos claros, montañas suaves y aterciopeladas, girasoles, cereales, rastrojos, pacas de paja, huertos… Y el río de La Val un poco más abajo.
El parque se enlaza, pasado el puente a la derecha, con un paseo, la Senda Calma, por la margen del río, que a distancias regulares exhibe unos carteles coloridos con breves y contundentes mensajes poético-surrealistas, píldoras creativas de Agustí, enlazadas con el panorama circundante (Land Art), tributo al paisaje y la vida (Bella La Val, Natur Viva, Azul Ocre, Llueve Flores…).
Hay que visitarlo y transitarlo... sin prisa, decididamente, para deleitarse con su primor y sosiego.
Gonzalo Tena Gómez, Colectivo Sollavientos
1 comentario:
Lo conozco y vale la pena visitarlo.
Saludos cordiales
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