domingo, 13 de julio de 2008
“Dolor de Muelas”
De entre los muchos y valiosos lugares que el Maestrazgo ofrece, hace poco tuvimos ocasión de recorrer con cierto detenimiento la zona alta de Muela Monchen (1779 m.). Esta se alza como imponente silueta, bellamente visible al norte cuando se baja del Cuarto Pelado a Cantavieja. Desde la capital del Maestrazgo , aunque lejana, la Muela se muestra majestuosa. Sus enormes proporciones se hacen más palpables cuando uno se adentra en ella, incluso sorprende la vista sobre una Cantavieja, que empequeñece en el abrupto paisaje.
Escogimos aproximarnos esta primera visita, por la ruta más fácil, la pista que arranca al poco de iniciar el descenso por la carretera que conduce a la Cañada de Benatanduz y Villarluengo. Con un corto trayecto, esta pista asciende suavemente a la parte alta de la muela, para después descender en su interior en dirección al Valle de Palomita.
El pinar de la parte superior, las masías que se ven más abajo, los pastizales en el interior de la muela, el nacimiento del río Palomita, las vistas al norte con el horizonte tierrabajino, etc., nos deleitaron con su potencia, su silencio, su colorido. El Cierzo se encargó de añadir una nitidez cristalina a los paisajes, y por supuesto, no hubo ningún riesgo de padecer calor por aquellos pagos.
Alberga una gran riqueza de todo tipo: paisajística, de flora, de fauna, y de huella antrópica como no.
Es un gran espacio; de los pocos que van quedando, representativo de los altos bosques mediterráneos.
No por es por nada que WWW/Adena (en julio de 1999) declaraba a la vecina Sierra de Gúdar, con la que la Muela Monchen comparte muchas características, uno de los diez, sí, de los diez!, bosques mediterráneos de protección prioritaria. Los otros nueve son: Velebit (Croacia), Valle de Tavaru (Córcega, Francia), Taygetos (Grecia), Gennargentu (Italia), Jabal Harisa (Líbano), Bou Iblane (Marruecos), Serra de Monchique (Portugal), Korumerie (Túnez) y Kure Occidental Turquía). De buen seguro que cada uno de estos merecen un viaje para conocerlos. Valga también como un ejemplo más de que la “sierra callada” contiene grandes tesoros. Comparables a otros de nuestro “viejo continente”. El conocimiento y la divulgación de estos, deberían servir para su conservación y disfrute, no para su progresivo deterioro.
El Plan, “gestado, pero nonato”, de Ordenación de los Recursos Naturales de la sierra de Gúdar (PORN del gobierno de Aragón), pretende dicha protección. Esperemos que ésta no se demore mucho más.
Son grandes montañas. El apreciar esta grandeza, siempre esta mediado por un gran número de factores. La lectura del paisaje que nos es habitual, a menudo reduce dicha grandeza. Y, a veces, quienes ven por primera vez estos espacios del alto Maestrazgo, quedan más impresionados que quienes viven en este entorno o lo frecuentan habitualmente.
Volviendo a la muela Monchén; más o menos a mitad de nuestro recorrido, que les recomiendo vivamente, surgió un fuerte dolor. Los efectos del mismo, han persistido y están en el sentimiento que da pie a estas líneas.
Al pie de la misma pista que se adentra en el valle de Palomita, un poco más allá del inicio del descenso, pudimos ver una cantera de extracción de piedra, una cantera. Una auténtica y gran caries en la Muela!
Realmente produce dolor verla.
Estas “caries”, auténticas cicatrices abiertas en un territorio frágil, están azotando masivamente la zona del alto Maestrazgo (y otras supongo). El desbocado aumento de nuevos proyectos de explotación, junto con las ya existentes y las abandonadas, pueden causar o están causando en algún caso, daños irreparables al medio.
La visita, “clandestina” por precaución, a estas explotaciones pone los pelos de punta a cualquier persona con un mínima sensibilidad y implicación por su tierra.
Sin entrar en la paradoja que supone: el porqué, el para qué, el cómo, el dónde y el para quien, del los beneficios de tales actividades.
Una cosa es: arrancar el fruto de la tierra para vivir, y otra muy distinta el beneficio rápido, el pecunio sin miramientos.
También, Antón Castro*, pone en boca de Patricio Julve esta afirmación:
“Maestrazgo: piedra, cielo, y silencio que habla”.
En un fácil juego con las palabras: allí oímos los gritos de la piedra que clamaban en silencio. Los gritos eran por el “dolor de Muelas”. Y ya sabemos todos que si las caries no se cuidan, acabarán dejándonos sin muelas.
Ah!, a alguien se le puede ocurrir también, colocar “molinos de viento” (parque eólicos, les llaman ahora...) para sanear las caries... una vez más sería peor el remedio que la enfermedad. Y como casi siempre, ya hay bastante con la enfermedad, como para añadir falsos y no sólo ineficaces remedios.
A. Govinda, en El Camino a las nubes blancas, decía: “Para ver la grandeza de una montaña es preciso guardar las distancias; para comprender su forma, hay que moverse alrededor de ella; para experimentar sus estados hay que verla al amanecer y al atardecer, a mediodía y a media noche, con sol y con lluvia, con nieve y con tormenta, en verano y en invierno y en todas las estaciones. El que puede ver una montaña de esa forma se acerca a la vida de la montaña, una vida que es tan intensa y variada como la del ser humano. Las montañas crecen y se deterioran, respiran y palpitan con vida. Ellas atraen y recogen las energías invisibles de sus alrededores: las fuerzas del aire, del agua, de la electricidad y magnetismo; ellas crean vientos, nubes, tormentas, lluvias, cascadas y ríos. Llenan lo que les rodea con vida activa y proporcionan refugio y comida a innumerables seres. Tal es la grandeza de las montañas poderosas”.
* Kim Castells- fotografías y Antón Castro- texto. El Maestrazgo, la invención de una belleza sobrenatural. Ed. Juventud. Barcelona 2001
Manuel Moya
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