martes, 1 de julio de 2008

MINERÍA DE ARCILLAS Y CONSERVACION DEL PAISAJE





Los ecosistemas también nos ofrecen valores estéticos, sentimentales, de identidad cultural, que se ven perjudicados por las actuaciones del modelo industrial de desarrollo. Valores difíciles de describir, pues obligan a abrir al exterior aspectos personales de quien los desvela, difíciles muchas veces de entender por un modelo de desarrollo basado en el crecimiento y en la unidad económica como única valoración.
La visión que se tiene del paisaje del “Teruel Interior” está lastrada por los tópicos: “Una tierra que exuda una personalidad pobre, mohína, encerrada, huidiza, bastante bien representada en la imagen de los últimos habitantes de tantos pueblos desolados; un área con poca capacidad para recibir (modernidad) pero también para ofrecer (recursos). La consecuencia ha sido la condena al olvido”. Sin embargo, este páramo cubierto por sabinares y carrascales dispersos, este yermo demográfico, guarda celosamente la memoria de dos milenios y medio de historia en los que el paisaje ha ido conformándose poco a poco, sobre el sustrato de un medio físico difícil, por la biodiversidad adaptada al mismo y por la actividad humana. Sus rasgos estéticos son tal vez difíciles de asimilar para muchas personas, pero como manifestación de la simbiosis inteligente ser humano/medio constituye un bien cultural digno de protección.
La minería destruye este paisaje, para nosotros “sagrado”. Los cambios rápidos que genera la minería difícilmente pueden ser asimilados; se nos roba el paisaje, y con él una parte del valor que muchos damos al lugar donde vivimos; en definitiva, una parte de nosotros.
Pero ¿es necesaria la minería para nuestra sociedad?. La minería acarrea unos impactos ambientales y sociales muy intensos, que hacen que sea de las actividades más difícilmente manejables en una gestión sostenible del territorio. Para compatibilizar minería con sostenibilidad, la primera medida ha de ser evitar la minería prescindible, y con este criterio, dejar de pensar en un crecimiento continuo para analizar las posibilidades de decrecer. Después, la planificación minero-ambiental. Y, por último, la correcta y rigurosa restauración.
Es imprescindible una actualización de la normativa minera, donde la declaración de interés público de los proyectos mineros no debe ser sólo una herramienta para expropiar los terrenos, sino que debe conllevar un compromiso social con el desarrollo minero, con la corrección de los impactos ambientales y sociales, y con la garantía de gestar las bases para garantizar el futuro en las poblaciones afectadas; por otra parte no pienso que sea de más interés público extraer arcillas que destinar los campos a cultivo de cereal o pastos para el ganado, o que tenga más valor que el mismo paisaje. También se necesita una planificación minero-ambiental, que en el caso de las arcillas es posible por el carácter extenso y deslocalizado de los yacimientos, y nos permite decidir dónde interesa explotar estos recursos atendiendo no sólo a criterios económicos, también ambientales y sociales.
Restaurar lleva al menos una década de aprendizaje y exige un compromiso muy grande de las empresas y de la administración. Hoy en día las restauraciones que se están haciendo en la minería de arcillas son deficientes (Galve, Riodeva, Teruel…). Las empresas grandes, comprometidas con el territorio y con vocación de permanencia pueden invertir tiempo y dinero en aprender a restaurar. Y hay que exigírselo. Las empresas pequeñas deberían asociarse y, con ayuda de la administración, comprometerse asimismo en esa tarea.

ÁNGEL MARCO BAREA

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