UN PAISAJE, UN TROZO DE HISTORIA, UNA IDENTIDAD
Entre la aspereza de las calizas del Jurásico de un amplio territorio de la Ibérica turolense, se localizan hondonadas de bondad. Esto ocurre donde dónde la erosión rompe aquel sustrato para llegar a materiales blandos que el agua y el tiempo se encargan de vaciarlo en pequeños y suaves valles cerrados. Son materiales del llamado Keuper, arcillas donde las plantas no sólo encuentran un suelo más generoso en nutrientes, también capas impermeables donde el agua no se infiltra al subsuelo y aflora en superficie. El hombre siempre se ha percatado de la singularidad de esos enclaves.
Uno de estos lugares es la Baronía de Escriche, a escasos 20 km de la ciudad de Teruel. Extensos pinares y sabinares, fondos de valle cubiertos de pastizales verdes, salpicados de álamos en torno a la línea del riachuelo y agrupados alrededor de las fuentes, contrastan con la hostilidad de la árida hoya de Teruel.
Su origen histórico se remonta a la Reconquista. El Rey otorga el Señorío a los que le prestan apoyo en la guerra. Como tal peculiar forma de propiedad, tanto de la tierra como de los hombres, se organizó hasta la década de los setenta del siglo pasado, aun cuando los cambios de la Constitución de 1812, con la abolición de los Señoríos y la formalización de municipios, impusieron ficticias figuras institucionales. Desde La Casa Grande de Escriche, casa solariega de la familia Sánchez Muñoz, se administraba todo el término constituido por 12 masadas.
Fraccionada la propiedad, a principios del siglo XXI la Diputación Provincial de Teruel compró el núcleo urbano constituido por la Casa Grande, la Iglesia de San Bartolomé y los varios cientos de hectáreas adscritos a esa parte de la finca. Tras una restauración orientada a la gestión de lugar hacia el turismo de calidad, el núcleo arquitectónico-histórico ha sufrido una notable transformación. Un proyecto ambicioso de alto coste, subordinado a la inyección de dinero público, que en estos momentos ha demolido todo el interior de la Casa Grande, ha eliminado el anexo de casas de los masoveros y pajares con los que conformaba la Plaza de San Bartolomé, y ha incorporado un bloque de hormigón, todo ello de alto impacto en el territorio. Desconocemos la forma en que serán reincorporadas las pinturas murales que se han retirado para restaurar, si se repondrán en la nueva fachada las antiguas rejas de las ventanas y el escudo de la familia…, si la remodelación de la casa va a poder volver a cobijar la identidad histórica de la que procede.
En la obras se han incorporado materiales modernos, pero no se ha apostado por la innovación tecnológica en otras facetas como el suministro de energía eléctrica. Lejos de apostar por energías alternativas, se ha construido una nueva instalación eléctrica que enlaza en Cabigordo y atraviesa un espacio hasta la fecha sin torres ni cables. Desconocemos cómo se va afrontar la depuración de aguas residuales.
El aprovechamiento del medio natural no ha sufrido una importante transformación. Ha desaparecido el ganado lanar y se ha intensificado el uso del vacuno. El asilvestramiento del bosque y matorral no sólo aporta una estética más natural, sino mayor variedad de especies; adquieren protagonismo los servicios ambientales que ofrece, por encima del valor de la madera. Los pastizales también aportan biodiversidad frente al monocultivo del cereal en las terrazas roturadas antaño. La colonización de la cabra montés ha llenado el nicho ecológico que antes ocuparon los rebaños de ovejas y cabras domésticas.
Algunas voces que han hablado de transformar ese medio en un amplio campo de golf no han valorado los recursos que se perderían. Desaparecería un amplio patrimonio natural y etnológico, se frenarían posibles proyectos de recuperación de fauna y se borrarían los testigos que aún quedan en el paisaje acerca de las costumbres de quienes habitaron estos territorios.
El paisaje como identidad cultural, como un libro abierto de la historia de este lugar, como indicador de la calidad ambiental del ecosistema, pende de un hilo. Todo depende de la forma en que se decida continuar con su gestión. Desconocemos qué objetivos buscan los propietarios actuales de la finca. La Diputación Provincial de Teruel debería experimentar en este espacio, tan vinculado a la identidad turolense, fórmulas de participación pública no sólo para definir su futuro, sino para, en estos tiempos de crisis, buscar formas de financiación que impliquen a la sociedad en el proyecto.
Desde nuestro punto de vista, el lugar no puede perder sus lazos con la historia, su capacidad para albergar la memoria de unas formas y unos modelos de vida que conforman nuestra identidad, su poder de evocación, ni su valor como indicador claro de la salud del ecosistema.
Autor del texto: Ángel Marco Barea
Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro
Colectivo Sollavientos
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