La Sierra del Pobo, ¿futuro, valor y paisaje?
La Sierra del Pobo es el contrafuerte más occidental de las serranías de Gúdar, un relieve de unos 30 km de longitud con disposición Norte-Sur. En tiempos fue un macizo cubierto de carrascales, sabinares y enebrales, y hoy en día aún pueden verse bosquetes y ejemplares dispersos de aquellas especies, aunque predomina la flora arbustiva, así como gramíneas y pratenses que se extienden a ras del suelo.
Seguramente gran parte de esta superficie fuera patrimonio de la Comunidad de Teruel, los montes blancos que servían de pasto y leñas a los vecinos de las aldeas. Durante siglos la normativa foral reguló su explotación, amparó su regeneración y sancionó las infracciones. Se controlaban, pautaban o —si era necesario— se prohibían las talas, las roturaciones, el pastoreo y la caza. Aunque indudablemente el medio natural se transformó, no es muy descabellado pensar que a inicios del siglo xviii el paisaje fuera diferente al actual. Fue a partir de este momento cuando, a tendencias que ya se manifestaban, se unieron otras precondiciones para un cambio más drástico. La abolición de los fueros, la decadencia de la Comunidad de aldeas y una nueva mentalidad jugaron en contra del modelo de gestión observado hasta el momento.
Sin embargo, fue seguramente a partir del siglo xix, con la articulación del Estado español y la consolidación del modo de producción capitalista, cuando más debió de avanzar la deforestación que peló nuestros montes. Durante la primera mitad del siglo xx se arrancaba hasta la última aliaga con la que alimentar hornos, estufas y chimeneas. Así nos llegó nuestro actual paisaje en la Sierra del Pobo, visto desde la Virgen de la Peña, en Aguilar, una inmensidad de soledades que te saca de este mundo. Es un paisaje bello aunque no sean los Pirineos. Huele a tomillo arrasado por luz abrasadora y viento helador, y al florar las aliagas se convierte en un mar amarillo. En los cortados viven cabras montesas y buitres, y entre los arbustos, valiosísimas aves esteparias. Alberga Hábitats de Interés Comunitario y de la Red Natura 2000. Pero está solo en una tierra que no parece de nadie y a la que le caben desgracias como el incendio del Castelfrío en 2009.
No es raro escuchar que montes como esos, antes de que estén abandonados, mejor que produzcan algo. Y, sin embargo producen. Producen servicios medioambientales, que aunque no nos los paguen, tienen un valor contante y sonante. Es cierto que no computan en el PIB, pero el PIB tampoco estima como riqueza nacional el trabajo de las amas de casa. Con este panorama las sierras se ven abocadas a inversiones rentistas y, en general, empobrecedoras como la energía eólica. Con el mismo entusiasmo que falta de reflexión sobre el sector, nos abocan a un futuro en el que desde San Just hasta el puerto Escandón todo será un continuo de parques eólicos. Si el paisaje debe producir, ¿por qué malbaratarlo? ¿Cuánto territorio y recursos naturales se consumen para producir, en comparación, una cantidad ridícula de energía? La energía eólica, por su ineficiencia, además de costarnos dinero, no evita que en las centrales se sigan produciendo CO2 y desechos nucleares, y residuos radioactivos en el procesado de las denominadas tierras raras que se emplean en los aerogeneradores. Y los beneficios del consumo de esa energía, una vez más, no se van a generar aquí.
Si el dogma es no valorar ni pagar nuestro principal valor diferencial, el medio y el paisaje; si este patrimonio debe producir de forma activa, ¿por qué en vez de inversiones vinculadas con las características del territorio y que refuerzan sus valores y su capacidad de producción integral, nos reservan las que lo destruyen en beneficio principal de otros? ¿Por qué lo sacrifican con aerogeneradores, líneas de alta tensión o minas de arcilla a cielo abierto, a la vez que no dudan en castigar a la ganadería y la agricultura, que forman parte de ese paisaje? ¿Por qué algunos hablan de sostenibilidad y hacen lo contrario? Tal vez sea por su falta de reflexión sobre el paisaje y su valor... Por no hablar del desdén hacia el significado profundo que tiene ese paisaje por su universalidad y como seña de identidad nuestra, precisamente aquello que no tiene traducción en un balance contable.
Autor del texto: Ivo Aragón
Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro
Colectivo Sollavientos
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