Gonzalo Tena Gómez*
Se volverá a labrar con macho
EL TIO TOMÁS EL PIQUERO
¡Qué tiempos aquellos en que no se
tiraba nada! Aunque hoy el proceso
de reciclado es clave en el mundo desarrollado en el intento de detener el
deterioro ambiental, antaño se reutilizaban y se reparaban los objetos
indefinidamente, y no hacía falta reciclar. En nuestros días atiborramos los
contenedores de residuos, de los cuales nos desentendemos. ¡Ah los plásticos! Nuestras
buenas gentes, antepasados nuestros, no pudieron
beneficiarse de este útil material, ni tuvieron que enfrentarse al problema de
cómo deshacerse de su invasión.
Antaño el aprovechamiento de los residuos alimenticios era total: los
huesos, para los perros (hoy a los chuchos urbanos no se les da de comer huesos
por mor de que no se atraganten los animalicos y comen friskis del super, y…
esparcen por doquier sus residuos digestivos). Las peladuras y restos de
hortalizas eran para las gallinas, los conejos o los puercos. La fruta
escaseaba…los rosigones se hacían
invisibles. Los platos se fregaban con esparto, con arena algunos cacharros. Hasta
las latas se convertían en recipientes. La
posesión de calzado se limitaba a un par de abarcas o de alpargatas y, cuando
se rompían, otro (a veces de construcción propia.) De ropa, la justa, aun contando el vestido de
mudar.
La cría de animales y el cultivo de la huerta (se practicaba la agricultura ecológica de manera inconsciente y se obtenían variedades
que ya no se ven) disminuían drásticamente la compra de alimentos. El pan se masaba en casa. El matapuerco aportaba proteínas y grasas para todo el año. Y a cagar,
al corral o, placer indescriptible, al monte. Las tiendas ofrecían solo comestibles
y productos de uso básico, nada que ver con el mareo de la demencial variedad
de productos superfluos y repetitivos en la oferta de los supermercados
actuales. El trueque era frecuente.
El jabón se hacía en casa; el lavadero era un lugar de encuentro y
comunicación femenina. Para beber, agua clara de la fuente y vino de la
taberna. Las viviendas, corrales y pajares se construían en el solano, fuera de
los terrenos agrícolas y de zonas inundables. Por supuesto, con materiales del
entorno natural. La calefacción y la cocina se alimentaban de biomasa (“leña” solían llamarla). Por su
recogida y por el pastar de la ganadería, los montes se mantenían limpios y no
se hablaba de incendios forestales. Los chopos de las riberas se escamondaban
puntualmente. La custodia del territorio estaba
servida.
La salud requería de remedios naturales, nada de los cócteles
farmacológicos actuales. Al verano, a bañarse en el río, sin cloro. Las fiestas
las amenizaban los gaiteros; la discomóvil
no atronaba de madrugada. Se elaboraban deliciosas pastas caseras para las
celebraciones. El aparcamiento no constituía una preocupación y del transporte
se encargaban los machos, carros y las bicicletas que vinieron después. Toda
esta situación empezaría a declinar a partir del boom consumista de los 60: llegaban los electrodomésticos. Empezaba
a romperse la correa de transmisión generacional de una tradición riquísima de
patrimonio oral e inmaterial.
Nuestros antepasados próximos se las arreglaban sin el móvil. Vivían menos años que la generación actual, pero ¿podríamos
asegurar que somos más felices hoy en día?
La conclusión de esta sencilla reflexión no es plantear una vuelta
imposible a tiempos pasados. Ni mucho
menos aquello de que cualquier tiempo
pasado fue mejor. Estos comportamientos
ecológicos avant la lettre fueron
unidos a muchas limitaciones, estrecheces y épocas de opresión y dolor. La
pretensión de este escrito se limita a proponer que deberíamos recuperar la
mentalidad ahorradora y los valores del
aprovechamiento y cuidado de las cosas de nuestros mayores, replantearnos nuestros hábitos de consumo para
generar el mínimo de residuos e imitar a nuestros mayores en todo lo que no
rebaje la auténtica calidad de nuestra
vida. En Teruel también precisamos una conciencia y una práctica pro ambiental
generalizada, individual y colectiva. Nos va mucho en ello.
* Colectivo Sollavientos
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