Las urbanizaciones de Yesa expropiadas. La ladera no es
segura para albergar viviendas pero sí para sostener la presa. La CHE debería
explicar esta aparente contradicción. ¿Y se acuerdan del compromiso solemne del
ex-presidente Marcelino Iglesias en aquel discurso inaugural de legislatura
prometiendo una política de aguas que no afectaría ya a más núcleos de
población? Pues no solo eso, sino que la CHE ha clavado las pilastras del nuevo
puente de Artieda, como aguijones en la piel de un toro, a pesar de que en el
peor de los casos no circularán vehículos por él en unos cuantos años. ¿Otra
versión del bailaré sobre tu tumba? Hay poco de racionalidad en esa decisión y
mucho de emocional. Pero de emociones bajas.
Cansa mucho tener que repetir una y otra vez lo obvio. Que
las laderas de la cerrada de Yesa son inestables, no son adecuadas para
albergar una presa y no se puede poner en riesgo la vida de los sangüesinos. Lo
advirtió el ingeniero de la actual presa, René Petit. Lo explicó el Doctor
Montserrat. Lo viene trabajando a fondo desde hace 20 años el profesor Antonio
Casas. Y hay más obviedades: Que el coste económico de las obras se ha
triplicado y la obra no resiste ningún análisis coste-beneficio. Que Bardenas
podría embalsar tanta o más agua que el Yesa recrecido con embalses en su
propio territorio, tal y como se propuso hace una década. Que la Canal de
Berdún ya contribuyó de manera notable al regadío de Bardenas con la presa
actual pagando un precio altísimo en sufrimiento humano y desvertebración
territorial. Pero ahí siguen con la misma matraca: “Aragón, agua y futuro”.
Permítanme hablar del futuro. De un futuro que es ecológico
o no será. Es decir, o nuestra forma de vida respeta el funcionamiento de la
naturaleza para seguir recibiendo de ella los múltiples servicios que nos
presta –imprescindibles para nuestro bienestar- o nuestra sociedad no es
sostenible. Necesitamos ecosistemas
saludables pletóricos de biodiversidad para disponer de antibióticos, fármacos,
alimentos y materias primas básicas, para tener bajo control plagas e
infecciones; ecosistemas que sigan generando el oxígeno que respiramos,
regulando el clima, dándonos agua de calidad, protegiéndonos de las
inundaciones y tormentas; paisajes que contribuyen al desarrollo de nuestra
identidad como personas, a nuestro bienestar emocional y que además son la base del turismo, … y no seguimos más pues la lista
es interminable.
Es sabido que los caudales del Aragón y de la mayoría de los
ríos pirenaicos se han reducido en torno a un 20% en los últimos 60 años a
causa del desarrollo de la vegetación tras el abandono rural. Los montes se han
vestido. Antiguos bancales de cultivo y lastras están siendo colonizados por
los pinos; algunos pastos de alta montaña matorralizados, embastecidos; y
valles enteros como La Garcipollera, fueron repoblados. Esta nueva vegetación
consume una parte de agua de la lluvia en la fotosíntesis para desarrollarse,
enviándola a la atmósfera (agua verde) y la detrae de los ríos y acuíferos
(agua azul). Así que tenemos más biomasa -lo que va bien contra el
calentamiento global-, mejor conservación del suelo, agua de más calidad, pero
menos agua para nuestro consumo. De este fenómeno se pueden extraer muchas
lecciones. Comentaremos sólo una de ellas: El agua de los ríos no viene sólo de la lluvia y de la nieve que caen del
cielo. Depende también de las actividades humanas que se llevan a cabo en el
territorio, de manera que los habitantes de la cuenca del Aragón pueden influir
en la cantidad de agua a “producir” y a aportar a los embalses. Y su influencia
no es pequeña, supone muchos hectómetros cúbicos.
En las próximas
generaciones la economía pirenaica del futuro añadirá a sus tradicionales
fundamentos –turismo y sector primario- una nueva actividad: la provisión de
servicios ambientales. Y probablemente el más importante y valioso será la
producción de agua, la cual se llevará a cabo mediante el manejo de la
vegetación. De manera que veremos ganaderos que además de carne y leche
producirán … agua. Y forestales que manejarán el monte para generar agua,
además de madera. Para desarrollar esta nueva actividad habrá que mantener una
relación más cercana y estrecha con la naturaleza, desde luego con una mirada
nueva y nuevas técnicas. Y a la vez, habrá que reforzar el sentimiento de
arraigo, de vínculo a una tierra, a un río, a un territorio. Un vínculo
emocional de calidad, sin duda. Será tarea que habrán de abordar ya nuestros
hijos, pero antes nosotros tenemos que despejarles el camino acabando con los
fantasmas del pasado: Yesa no pas.
José Manuel Nicolau
Ibarra
Profesor de Ecología
Universidad de
Zaragoza
Artículo publicado en "El Pirineo Aragonés de Jaca", el periódico más antiguo de la prensa aragonesa.
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