Gonzalo Tena Gómez*
¡Atención viajeros y viajantes paseantes y caminantes ciclistas y
cicloturistas, naturistas y naturalistas fotógrafos y pintores musulmanes
cristianos y budistas cazadores y recolectores cromañones y neandertales pastores
y agricultores becarios y doctoras estudiantes y profesores clérigos y seglares
niños y mayores gente seria y risueña casados solteros y divorciados y sus
versiones femeninas convencionales y travestis moteros y automovilistas
escaladoras contemplativas lectoras de todos los géneros literarios
conservadores y anarquistas nudistas y recatados taurinos y animalistas
ornitólogas y botánicos vegetarianos y omnívoros feministas señoras y señores
(añádanse pares de grupos de personajes estrambóticos o asimilados al gusto, y
ya casi tengo medio artículo); saboreadores del paisaje!:
Aliaga está aderezando su otoño para recibiros. Allí os esperan:
Pliegues geológicos fantásticos y estratos arrugados de caliza blanca unos
y dorados y enhiestos otros, coronados por cabras salvajes, en pose
fotográfica, alerta, después de ascender de fuentes y riberas cuando se les
sorprende en los atardeceres.
Toda la rica y variada fauna y flora que se reseña en la reciente guía fácil del Parque Geológico (ya a la
venta) y la que no.
Una amplia colonia de buitres leonados, que quieren comer y redondean su
vuelo, pero no, no vienen a por vosotros.
Su flamante oferta de alojamiento hotelero y otras más asequibles. Su lindo
albergue, de punta en blanco y amarillo, a punto para quien quiera gestionarlo.
Sus ríos y fuentes con el rumor recobrado, que estuvieron esperando la
lluvia muchos meses, arrebatados por la tremenda tromba de agua y granizo del
sábado 6 de setiembre y el pueblo ya puesto a punto y limpio.
Sus fotogénicas masadas en ruinas
y sus bellas masadas restauradas.
Sus caminos y senderos marcados y no marcados y sus pistas deseando ser
recorridos pacientemente, con actitud contemplativa u observadora. Mil rincones
por descubrir e itinerarios por trazar.
Su Olla con pliegue de serpiente, su
Porra erguida y su castillo venerable (atención con la ascensión).
Sus abruptos y escarpados barrancos y sus bestiales panorámicas y sus
vistas ribereñas sosegadas.
Sus hermosas cicatrices tras el aciago incendio del nuevo milenio. Que sea
el último.
Sus aromáticas sargas en las riberas. Sus hileras de añejos y
fantasmagóricos gigantes chopos cabeceros que han desistido de la escamonda de
antaño, en breve revestidos de oro fúlgido.
Sus hermosos solanares moteados de enebros y sabinas negras de color verde
aguacate. Y las sabinas escaladoras en
vivac permanente sobre las paredes
calizas de vértigo. Peñas escarpadas empapadas de la nostalgia de las miradas
de los visitantes precedentes.
Y sus salvias, espliegos, ajedreas, erizos y, cómo no, espinosas aliagas. Los villomos amarilleando y los espinos y los azarolleros.
Y quizá algún rebollón.
El arrullo musical de las bandadas de abejarucos multicolores.
Y todos los pinos negrales y
albares. Y el pino de Cobatillas negro carbón y verde negral, símbolo de
supervivencia ante todas las crisis. Y el de Casimiro en el horizonte de La
Lastra. Y los pobrecicos de repoblación alineada. Y esos arces que se encienden
en tonos rojizos en las laderas elevadas al pie de las peñas. Y las sufridas
carrascas colonizando espacios imposibles y algunas orondas encinas en los
ribazos. Y los rebollos cuajados de agallas marrones redondas.
Y sus espectrales ruinas industriales.
Sus bollos, sus tortas y sus
variadas pastas dulces tradicionales. Y una miel deliciosa. Su coqueto
supermercado.
Su recoleta biblioteca, acogedora y
familiar.
Sus frescas noches diáfanas de un millón de estrellas fijas y alguna fugaz
pendiente de vuestro deseo.
Y su gente.
* Colectivo Sollavientos
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