La última edición de la
fiesta es historia compartida por Allepuz, Jorcas, el personal organizador y
una muchedumbre de atuendo multicolor, congregada en torno a la Venta La Liara. que acudimos a saborearla en un día de otoño espléndido.
Primera parada en la
ladera sobre el cruce de la carretera y, como en un pequeño Sermón de la montaña,
F. Chabier de Jaime, gerente del emergente Parque Cultural del Alto Alfambra, nos
dirige la palabra amplificada para situarnos en un paisaje histórico de
aprovechamiento ganadero (evoca la trashumancia), constituido por un territorio
de transición humana entre varias comarcas, que tiene como referente el
protagonismo del río Alfambra, de poco caudal. Nos indica el itinerario del
paseo comentado por la ribera y presenta el programa de la mañana. Recibimos la
buena noticia de la reapertura de la escuela de Allepuz, con sus 5 preceptivos
niños.
Como en una especie de
romería laica, iniciamos la caminata pisando alfombras de hojarasca tierna y
conversando con nuestros conocidos. Nueva explicación bajo los viejos cabeceros
desatendidos, enfrente una plantación de canadienses híbridos alineados a la
espera de la tala rasa, nada que ver con la práctica tradicional. Se nos recuerda
la antigüedad de nuestros amigos cabezones, anteriores a la irrupción humana, su
utilidad ancestral y el porqué de la secular práctica europea de la escamonda a
3 metros
sobre el suelo, la confluencia de las especies Populus nigra y Homo sapiens,
el importante hábitat que suponen estos agrosistemas para innumerables especies
animales, desde insectos litófagos hasta mamíferos (“la gineta que habita la
vieja tronca de la chopa en la cárcava castellana”, Rodriguez de la Fuente dixit). Toca ahora la foto de (gran) grupo,
a los pies de un gigante, un chopo de sombra.
Estas pequeñas dehesas
del recorrido pertenecen a Las Pupilas, un hermoso conjunto de masadas, que
visitamos, dirigiendo la atención ahora a los detalles de nuestra arquitectura
rural.
Llega el momento estelar
de la jornada: la demostración de escamonda siglo XXI, multifotografiada y
filmada, de la mano del especialista gudarino Herminio Santafé -motosierra en ristre, perfectamente
pertrechado- de los dos chopos elegidos. Impresiona el desplome de las gruesas
vigas, con 40 años en los anillos del duramen y albura seccionados. La gente
menuda flipa. Aplausos y voces de
admiración intermitentes.
De vuelta, otra parada y palabras
del geógrafo Alejandro Pérez, en torno a aspectos hidrológicos (azudes, acequias
y molinos, y el papel de los
cabeceros de fijar los cauces de los ríos y los márgenes de las acequias), a la
configuración histórica de este paisaje, con influencia borbónica; a los tipos
de chopos según su ubicación: de ribera, de acequia, de manantial y de sombra
(para el ganado).
Llega la hora de la
comida grupal, en el pabellón de Jorcas, presidida por la exposición de las
bellas fotos concursantes, ocasión de conocimiento de nuevas personas, con
paciente espera por parte de los comensales, en medio de una tormenta de voces.
La alternativa a la vajilla de plástico -de usar, tirar y contaminar-, respetuosa con el medio natural, comienza a abrirse paso. Se entregan los premios al IV Concurso de Fotografía sobre
el Chopo Cabecero. El de “Amigo del Chopo Cabecero” se adjudica a Rob McBride,
asiduo visitante de nuestra tierra, llegado desde las brumas inglesas, autodenominado como a tree hunter (“un cazador de árboles”), una persona que “vive y
respira árboles”, que manifiesta su admiración por los pastores y los rebaños, y
asegura que “cuando conoces un amigo debajo de un árbol, es para toda la vida”.
Se va cerrando el acto con las palabras de los alcaldes de Jorcas, Mezquita y
Allepuz.
Con el sol de la tarde ya
bajo, de nuevo en Allepuz, se inicia el rosario de actuaciones musicales: Ni
Zorra!, La Monkiband, Azero, Paco Nogué y Balkan Paradise Orchestra. Para
espíritus jóvenes y cuerpos marchosos.
Gonzalo Tena Gómez.
Colectivo Sollavientos
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