martes, 19 de junio de 2018

SERIE MET III: EL CORPORATIVISMO POLÍTICO DEL CARBÓN. La línea de humo del horizonte

Autor: Uge Fuertes 

Las personas de mi generación han crecido con una línea del horizonte donde el humo de la térmica forma parte del propio paisaje vivido y soñado.

Desde los llanos de Quinto, viniendo de Zaragoza. En lo alto del Majalinos. Bajando de las Ventas de Valdealgorfa. Ese falo industrial de vértigo que desde el coche es fiel indicador de la velocidad del viento.

A los pies del somontano que aún no es sierra. Bebiendo el carbón que trajo gentes, paisajes y paisanajes.

El Bajo Aragón agrario, aquel de señoríos y temple medieval, sufrió una pequeña revolución industrial durante una parte del franquismo y en la transición, a través de las minas y sus térmicas. Escatrón, Eschucha, Aliaga, Andorra. Tierra fértil. Suelo fértil. Historia y despoblación que fue aclimatada durante unas décadas a algún clavo ardiendo en forma de humo de pitillo. Algunos pueblos multiplicaron su población. Otros, asistieron como espectadores de un teatro con entrada de “clac”. Humo. Un humo quizás necesario en una tierra que tantas oportunidades había perdido pero que, tarde o temprano, todos sabían que se consumiría.

A medida que la sociedad cambiaba una incipiente preocupación medioambiental acusaba discursos que pocos entendían. Y es que estos discursos, redactados en ámbitos urbanos ya destrozados medioambientalmente, poco tenían que ver con la realidad social y cultural de una tierra que, sociológicamente, había cambiado también. Habíamos aceptado monocultivos como solución, porque pocas soluciones más teníamos.

El carbón y la construcción de esa catedral de humo trajo obreros, dinero… Llenó los bares, las casas y las timbas. La tierra se hizo híbrida socialmente hablando. El monte se tiñó de un paréntesis de monocultivo. El Andorra era capaz de ganar al Zaragoza de Víctor Muñoz.

Cuando todavía no nos habíamos industrializado ya nos quisieron reindustrializar. La eterna crisis del carbón, la entrada en la CEE y en la UE y el gravísimo error de enfoque que produjo las prejubilaciones, construyó una sociedad peculiar, propia, burguesa… similar a la de otras regiones que sufrieron el mismo problema. Y en lugar de reindustrializar, de reinvertir, el monocultivo de la construcción en Zaragoza y el Levante se nutrió también de ingresos que vinieron aquí pero que no se quedaron.

Los sindicatos y los partidos políticos poco quisieron hacer, cargadas sus bases de un criterio monocolor: el interés político a corto plazo. Y los gestores olvidaron el desarrollo de la tierra entregándolo a fondos y proyectos que pronto demostraron su gran parte de ineficacia. La sociedad política, que tanto evolucionó con la lucha y la mentalidad obrera de los mineros, se tornó en pocos años, a base de subvención y prejubilación, en una sociedad semiurbana, acomodada, en la cual las hoces, los martillos y las revoluciones se quedaron como cuentos y fábulas del abuelo, que decía haber hecho mucho, pero que nos trajo irremediablemente hasta el hoy y el mañana. La dificultad de construir propuestas críticas de aquellos gastos y subvenciones sigue vigente en la actualidad. Ocurre un poco como lo de hablar de épocas históricas cercanas de nuestro país. Todos estaban allí pero ninguno sabía que aquello no era la solución.

No ha lugar. Los míos no lo hicieron mal. Pero todos estuvieron presentes como organizaciones. Todos opinamos. Todos sabemos. Todos sentenciamos. Pero… ¿quién tira la primera piedra? Aquello no funcionó, y pronto se supo. Café y polígono para todos. Arreglos de carreteras hacia ninguna parte (y menos mal porque si por Fomento fuera, allí estarían como camino de herraduras)….

La reindustrialización, los programas Miner y las prejubilaciones incrementaron la renta provincial, pero ni impedían la despoblación, ni se reindustrializó el territorio, perjudicando a parte del terruño que no fue considerado “de primera” como pueblo minero.

Poco importaba, mientras unos recibían intentando quizás lo imposible, otros no podían competir y el último cerraba la puerta.

Todas las organizaciones políticas y sociales participaron (y participan) en parte de aquello. El corporativismo llegó para no marchar. Y después de décadas difícil es oír voces discordantes en dichas instituciones, sean políticas viejas, nuevas, de centro zurda o lateral derecha. IU, PP, PSOE, CHA, Podemos, Ganar, Cs, PAR… ¿por? Por corporativismo, por no enemistarte con el vecino o el cuñado. Porque el partido contrario no te tache de antiturolense, aunque sepas que no hay por donde cogerlo. Podremos prorrogar hasta el infinito nuestra desdicha como sociedad política, donde es fácil agarrarse a un clavo ardiendo, pero muy difícil arreglarnos juntos por los caminos que, nos guste o no, nos lleva la política internacional del carbón. Y quizás no sepamos o no queramos hacerlo de otro modo. O, sencillamente, quizás sea tarde porque culturalmente nadie quiera quedarse. Y pensarán en el pueblo como el recuerdo viejo de aquella España que nos cuentan los libros; o como el lugar donde se rompe la hora una semana para dejar de contar años el resto del tiempo. Aunque para entonces pocos conozcan las oportunidades que perdimos.
No hay quien se libre. La fuerza del carbón, a nivel social, es imparable. El cigarro se apaga y no hay quien le ponga el cascabel al gato. Los que cobraron ya han cobrado y los que no cobran se han marchado o se marcharán. Allí quedarán los restos industriales para los arqueólogos del siglo XXII, cuando se pregunten… y esta gente, ¿dónde se metió?


Víctor Manuel Guiu Aguilar

Colectivo Sollavientos



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