Sentirlo cuando el cierzo hiela tu cuerpo entre las veredas
flanqueadas por muros de piedra seca. Aspirarlo profundamente al jadear los días cuando el sol del verano quema tu
piel y chapoteas en las frías aguas de la poza del arroyo que desciende desde las muelas encajado entre
rocas con pliegues serpenteantes. Impregnarte leyendo los textos de literatura de aquellos que de él se enamoraron.
Aquí, la naturaleza y la cultura empapan hasta saturarse los sentidos
a través de sus valores ambientales, su arquitectura y sus tradiciones. A lo
largo de los siglos sus gentes han modelado este espacio. Al aprovechar los
recursos para sobrevivir, conformaron este entorno duro para hacerlo habitable
y crear en él un tejido social que ha ido llenando el vacío con historias de
amor y de dolor. La aspereza y a la vez dulzura de esta tierra se sustentan en
su pasado, el nuestro.
Avanzado el siglo XXI, muchos pensábamos tener asumido el
compromiso de conservar este territorio. Y ello, a pesar de ver frustradas
expectativas de reconocerlo como Reserva de la Biosfera o como Parque Natural.
Hubiera sido ésta una forma tanto de garantizar la preservación de sus valores
naturales y culturales en el futuro como de obtener ayuda exterior para
aquellos que lo habitan. Quienes han decidido quedarse son los verdaderos
garantes de actividades imprescindibles para mantenerlo vivo, principalmente
esa simbiosis entre la apuesta por un sector primario de productos de calidad
-a lo largo de la historia ha sido la ganadería extensiva la que ha sustentado
su economía- complementado con establecimientos turísticos para acoger a los
visitantes. Turistas que llegan hasta
aquí, muchos de ellos, en busca de su identidad cultural, la que ven difuminarse
en su vida cotidiana por el empuje de la globalización urbana.
Nos sorprende la ocurrencia de vender este paisaje por unos euros
y por promesas que se llevará el mismo viento que mueva las aspas de los
molinos. La energía eólica constituye, sí, una apuesta alternativa que nos
llega por la necesidad de descarbonizar nuestra sociedad. Pero estos proyectos
adolecen de un compromiso orientado hacia la reducción del consumo y
democratización de los modelos de producción y distribución energética. En
estos territorios de montaña, impulsarlos supone sacrificar paisaje,
biodiversidad y cultura. Grandes poderes empresariales ven la posibilidad de
obtener pingües beneficios en una operación que sangra al medio rural para
atender la insaciable demanda urbana. Los parques eólicos tienen su papel en la
nueva configuración de la producción eléctrica, pero no son aceptables en todos
los lugares. Desde luego, no en las sierras turolenses, una frágil conjunción
de biodiversidad y cultura amenazada por la implantación de estos complejos
industriales.
Durante las últimas décadas del pasado siglo, la campaña “El silencio habla de la muerte del bosque”,
que denunciaba la contaminación desde la central térmica de Andorra, se acalló
en las tierras turolenses con el canon que la empresa aportaba a las
instituciones públicas. Afortunadamente el bosque resistió, aun cuando laderas
de enebros y pinar silvestre amarillearon y murieron, hasta que la alta
chimenea de Andorra dejó de emitir SO2, gracias a las inversiones en
filtros y la sustitución progresiva del lignito rico en azufre de la cuenca
minera turolense. Los bosques también se han ido rasgando al extraer piedra
seca, que se exporta hacia las urbanizaciones del litoral mediterráneo. Son
bosques de utilidad pública y las administraciones encargadas de su gestión
deberían afanarse por conservarlos, porque, en su estado actual son productores
de oxígeno, captan y almacenan CO2 de la atmósfera y regulan
avenidas de agua. Según la gestión que realicemos en ellos, nos proporcionaran
agua azul (para beber) o agua verde (necesaria para mantener vivos los
ecosistemas); una mala gestión puede originar agua marrón en forma de
contaminación, de torrentes que arrastren lodos. Son declarados de Utilidad Pública por su
contribución en servicios ambientales a la sociedad, que necesitamos
y es necesario perpetuar conservando el estado natural de estos bosques.
Nos presentan los nuevos proyectos eólicos pretendiendo hacernos
creer que con ellos impulsan un desarrollo rural compensando con unos pocos
miles de euros a pequeños ayuntamientos, que agonizan ante la sangría de su
despoblación. No es cierto: estos proyectos continúan apostando por un modelo
donde la equidad no existe, eternizando un modelo de desigualdad sacrificando
los paisajes más valiosos que todavía hoy conservamos.
La amenaza, que hoy sufren las sierras turolenses ante la
instalación de complejos parques eólicos en sus cimas, necesita ser respondida
por voces que sienten este territorio a través de las profundas raíces que les
unen a él, y no por el interés de enriquecerse a su costa
Ángel Marco Barea
Colectivo Sollavientos
No hay comentarios:
Publicar un comentario