PANCRUDO Y LOS CHOPOS CABECEROS
Gonzalo Tena Gómez
Colectivo Sollavientos
En menos de dos meses Pancrudo ha vuelto a acoger una multitud de personas amigas del teatro (Gaire) y de la naturaleza, el paisanaje y la cultura (XIV Fiesta del Chopo Cabecero. Un paisaje ganadero, el sábado 26 de Octubre).
Julián Sancho, el alcalde, da la bienvenida a las personas asistentes en la puerta del bar en una gélida mañana pronosticada erradamente de lluvia. Chabier de Jaime explica las fases del programa que se desarrollará a lo largo de la jornada. Nos comunica que el patrimonio chopero de Pancrudo alcanza los 500 ejemplares y nos explica que la escamonda favorecerá los árboles fortaleciéndolos ante la perspectiva del cambio climático.
Interviene Silvia Tena, representante de la activa local Asociación Cultural El Calabozo, totalmente implicada en la organización, y cicerona del itinerario cultural del día junto al no menos amable Alberto Novellón.
Iniciamos la senda de Las Dehesas (las ‘Desas’ en el habla local): una galería en la vegetación, desbrozada para permitir el paso, en un paraje de gran humedad. Es el momento de establecer una amistad nueva con la persona más próxima. En un claro, nos agolpamos ante las palabras de Alberto y de Chabier, quien nos cuenta cómo se agotaron las carrascas y rebollos de los montes del entorno por una tala intensiva, lo que propició el cultivo de los árboles cabeceros, que, además de leña, proporcionaban forraje para el ganado lanar, fundamental en la economía local en el siglo XVIII. Y cómo los troncos viejos y muertos propician la biodiversidad (215 especies de escarabajos que se alimentan de madera muerta), que son la base de una cadena trófica que continúa con las aves y finaliza con otros carnívoros mayores: estábamos ante un agroecosistema de un cultivo agro-silvo-ganadero.
Nueva alocución de Silvia ante un panel que recuerda la parada de las tropas de Alfonso I el Batallador (cómo no) en el lugar, que se dirigían hacia Cutanda, donde tuvo lugar una batalla que perdieron los almorávides de Ibrahim ibn Yusuf. En la loma hacia el río se ubicaba un castillo, del cual existe un plan de excavación.
La siguiente casilla en el tablero local fue la reconstruida ermita de la Palma, donde hoy se ubica un moderno salón de exposiciones (herramientas para obtener y trabajar la madera de los chopos, utensilios de madera, fotografías antiguas incluyendo de la guerra civil en el pueblo, colección de revistas “Pancrudo”) y actividades culturales.
Ya estamos en el horno, que es doble: uno a cada extremo del típico local rectangular (¿Cómo puede llamarse el pueblo Pancrudo? Inquiría Eusebio, el director del grupo Mayalde en el último acto -musical- de la fiesta). En una atmósfera perfumada por el humo de uno de los hornos encendidos, Darío Escriche nos cuenta el planteamiento de su taller creativo “¿Cómo pintan los árboles?”, un acercamiento al medio natural a través del arte, la impresión (de imprimir) de los árboles, dirigido a personas de todas las edades. En el lateral opuesto a la entrada, un muro de cortes de troncos de chopos con los anillos a la vista son el soporte para algunas anécdotas manuscritas entorno a la explotación de los cabeceros: “El hermano del cura de escorihuela fue a ver la escamonda y una rama que no estaba bien escamondada lo mató”, “la mejor época para escamondar es el menguante de enero”, etc.
Bajamos a la orilla del Pancrudo -el Río Bajo-, afluente del Jiloca, para observar el trabajo del joven artista ilustrador David Sancho, hijo de Serafín, autor de “Barbecho”, un cómic que reivindica la España vaciada, por el que recibió el Premio FNAC-Salamandra Graphic. Está pintando una enorme mano blanca que empuña literalmente el tronco de un viejo chopo cabecero muerto.
Pero ya suena un poco más abajo la motosierra de el gran Herminio Santafé, dotado de una moderna equipación que no imaginarían los escamondadores de antaño. Está procediendo a la exhibición siempre superespectacular de la escamonda de los dos chopos contiguos elegidos. El público desde una atalaya a una distancia prudencial contemplamos las ráfagas de virutas en los contactos de la sierra con la madera y ¡cómo se desprenden las vigas más gruesas!, bien dirigidas, chocando estrepitosamente en un golpe seco contra la ladera, todo seguido de arranques de aplausos. Las cuñas facilitan la orientación de la caída de algunas de ellas.
Hubo después una visita a la restaurada ermita de estilo barroco dedicada a la Virgen del Pilar, contenedor cultural poseedor de interesantes bellísimos esgrafiados y de grafitis de los días de la Guerra Civil.
Llega la hora de la comida comunitaria en el pabellón a rebutir de gente, muy bien organizada, la cola del rancho discurre ligera. La exposición del IX Concurso Fotográfico sobre el Chopo Cabecero nos contempla. Fuera José Azul, el autor de la sólida escultura del Premio Amigo del Chopo Cabecero, expone piezas de su imaginativa producción. Chicos y mayores juegan a las carpetas, aquel juego que practicamos algunos hace media docena de décadas, lanzando el tacón de un zapato de hombre al círculo marcado en el suelo para sacarlas. Una chica me muestra como se montan imbricando dos mitades de un naipe. Me guardo una.
En la sobremesa, Marta y Nacho, jóvenes organizadores de “¡A escamondar!” lanzaron su invitación a participar en este festival autogestionado para la preservación de los chopos cabeceros que celebrará su 4ª edición en febrero de 2025 en Fuentes Calientes.
Mercedes Rubio y Pilar Sarto, del Centro de Estudios del Jiloca, entregan los premios del concurso fotográfico a Amina El Ghoufairi, Miguel Fuertes, David Piqueras, Juan J. Maicas, Juan J. Marqués y Luis A. Gil. Y Pilar Sarto, también, excelente comunicadora, nos entrega el de “Amigo del Chopo Cabecero” al Colectivo Sollavientos, “por su labor de protección del patrimonio natural y cultural de las tierras altas de Teruel y, en particular, por colaborar en la creación del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra”. Una embajada de seis componentes suben al escenario a recogerlo y dirigir a la asistencia unas palabras de amor a los árboles, de reivindicación del territorio y de agradecimiento.
Acto seguido Ivo A. Inigo y Chabier, dos de los autores, efectúan la presentación de la flamante
“Entre árboles centenarios. Guía para comprender el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra” de reciente edición, que contiene fundamentos, valores naturales e historia del territorio abarcado.
Tras entonar colectivamente el “Somos” de José Antonio Labordeta, himno oficial de la fiesta, empieza Bucardo con sus animosos gaiteros a tocar la polcas, valses y otros bailes grupales que, enseguida se ponen en marcha.
Y bueno, la larga actuación -y más que hubiera sido- del grupo salmantino de folk-teatro interactivo Mayalde, que nos puso en danza literalmente a todo el pabellón. Repetía actuación en Pancrudo y generó un delirio intercalado de emoción y de humor. Insistió en la reivindicación del recuerdo de nuestros antepasados, a quienes debemos todo, y de las canciones y tradiciones que nos legaron. Ya es nuestra la teoría de la pesca de tencas a ojete con espuela.
A la exhibición del disc-jockey Paco Nogué, algunos ya no llegamos: íbamos camino de casa plenos de fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario