Hemos de concluir esta serie de entradas en las que hemos intentado reflejar el contenido de la Charlas de Sollavientos que sobre el tema de la despoblación se desarrollo en Abril del año 2017.
Desde su posición de ecólogo, Jose Manuel Nicolau nos plantea: ¿pasa la solución para construir un nuevo modelo de poblamiento y de ocupación del territorio, más centrado en potenciar las cabeceras de comarca?
<Por abordar la cuestión del despoblamiento con sentido positivo, prefiero hablar de que se ha de construir un nuevo modelo de poblamiento, más que de que hay que luchar contra el despoblamiento. Sobre nuevos modelos de poblamiento no tengo nada propio que aportar. De las opciones que he oído, me parece razonable centrar los esfuerzos en mejorar los servicios y la oferta de trabajo en las cabeceras de comarca o subcomarca. Un alcalde prepirenaico afirmaba que “cada pared de piedra que se cae de un bancal en mi pueblo es un fracaso de esta sociedad, así que yo lucho por levantarla”. Y alguien le replicaba que, en las guerras, a veces lo inteligente es replegarse para consolidar la posición. Quizá haya que hacerlo así, reforzar ciertas localidades que juegan un papel clave en la organización del territorio y que son más atractivas para el asentamiento de las familias. Pero entonces ¿qué hacer con los pueblos más pequeños? Hay alguien que habla ya de los “pueblos de temporada”, que sólo tendrán población en los periodos de vacaciones, guardados en invierno por empresas de mantenimiento. Difícil de aceptar tal cosa.
El principal efecto ecológico del despoblamiento es la naturalización de los montes. Este fenómeno ha de ser gestionado para que resulte provechoso para la sociedad.
Para analizar el estado ambiental de España es útil dividir el territorio en las categorías tradicionales de “monte, agro y medio urbano”.
Las grandes ciudades están tratando de sobrevivir, con mayor o menor fortuna, a la contaminación atmosférica, al ruido, al estrés que provoca la congestión. El deterioro de la salud y de la calidad de vida de los ciudadanos es materia de gran preocupación que está en las agendas políticas. El elevado consumo de energía y materiales está detrás del cambio climático y salpica al agro y al monte.
Los medios agrarios están experimentando una degradación notable por la intensificación de la agricultura y la ganadería. El regadío y el secano generan una contaminación difusa que degrada (eutrofiza) las aguas de los ríos y de los pozos. El uso (abuso) de fertilizantes químicos y pesticidas, junto con la eliminación de ribazos, setos y márgenes están detrás de la formidable pérdida de biodiversidad: las aves agrarias son las que más están declinando y las abejas polinizadoras están en un retroceso muy preocupante. Y las crecidas aumentan por la suela de labor de la maquinaria agrícola (alguna vez habrá que estudiar qué pasa en la cuenca del Jiloca). Esta es una asignatura pendiente del medio rural: producir alimentos saludables y de manera sostenible.
¿Y en el monte, qué pasa en nuestros montes? Pues que tras el despoblamiento rural se ha reducido muchísimo la explotación que se hacía de los montes. La cabaña ganadera (ovejas, cabras) ha descendido notablemente, ha desparecido del todo el carboneo y se han abandonado bancales de cultivo marginales. La consecuencia de ello es que antiguos pastizales hoy infra-pastoreados, así como bancales de cultivo abandonados están siendo colonizados por matorrales y árboles y evolucionan hacia bosques. Y esto ocurre de Almería al Pirineo. Por su parte, los montes históricamente carboneados de encina, quejigo, roble melojo, han evolucionado hacia montes bajos llenos de rebrotes. Y no se acaban aquí los cambios: el jabalí, el corzo, la cabra montesa multiplican sus efectivos y se extienden por el territorio, a la par que los ganados desaparecen del monte. Y ojo, que detrás está llegando el lobo. Se trata de un proceso de renaturalización (rewilding) generalizado en Europa que, algunos vivimos como el fenómeno natural más importante ocurrido en el lapso de nuestras vidas (respetando el cambio climático).
Es verdad que, en el monte, además de la naturalización ocurren otras cosas porque tanto el agro como las urbes “salpican” con su consumo insaciable de recursos y materias primas. De manera que en los montes se abren canteras; se construyen embalses que merman drásticamente los ríos; líneas eléctricas, parques eólicos y solares; infraestructuras viarias, estaciones de esquí y segundas residencias; vertederos y almacenes de residuos. Y envolviéndolo todo están las emisiones a la atmósfera de gases invernadero. Sobre ello estamos. Pero el proceso de fondo, es la renaturalización, el asilvestramiento.
¿Este impulso de recuperación ecológica es bueno o malo? Desde el punto de vista de la propia naturaleza, parece claro que los ecosistemas están ganando funcionalidad. Desde el punto de vista de la sociedad, estamos ganando algunas cosas y perdiendo otras, por lo que es necesario gestionar activamente el cambio. Los procesos que están cambiando son múltiples. El más llamativo para mí es que los nuevos matorrales y bosques también consumen agua, por lo que se está reduciendo el caudal de los ríos y de los acuíferos. Se estima que los ríos llevan ahora un 20% menos de agua que en los años 1930 por este fenómeno: habrá que decidir cuánta agua queremos que produzcan nuestros montes; el proyecto de La Zoma (Cuencas Mineras) es una primera aproximación pionera en este sentido, utilizando el ganado para que produzca agua azul (de uso humano). Por otro lado, los matorrales y árboles están contribuyendo al desarrollo de los suelos y extraen dióxido de carbono de la atmósfera y fijándolo en la vegetación y en el suelo. Esto es bueno para mitigar el cambio climático y mejorar la calidad del agua. Pero al mismo tiempo desaparecen ecosistemas esteparios y formaciones abiertas de vegetación –algunos incluidos en la directiva hábitats- por la matorralización y desarrollo del bosque ¿se está comprometiendo la biodiversidad? Y los bosques de encinas, quejigos y robles que, tras el abandono del carboneo evolucionan hacia densos montes bajos cerrados, tienen una excesiva proporción de troncos y ramas respecto a la de hojas, lo que les hace más vulnerables a las sequías, de manera que necesitan tratamientos de aclareo como el resalveo para gozar de buena salud. También el aumento de la superficie forestal contribuye a reducir las crecidas de los ríos y los efectos de las inundaciones de pequeña y mediana magnitud. Las repoblaciones forestales de los años 50 y 60 se seguirán quemando, por lo que hay que hacer labores de aclareo, las cuales, además de reducir la propagación del fuego, dan pie a la entrada de otras especies que “naturalizan” las plantaciones forestales y las hacen más resilientes frente a los incendios y más biodiversas.
En definitiva, este cambio colosal que se está produciendo en nuestra naturaleza necesita de manejo, de intervención, para que sea provechoso para la sociedad en la provisión de “servicios”. Algunos tan vitales como el agua, la polinización, el aire saludable, el control de inundaciones, de plagas, del cambio climático; el paisaje que sostiene al turismo, que forja la identidad de los pueblos y alimenta el espíritu. Y esta gestión tiene que ser llevada a cabo desde una sociedad rural estructurada social y demográficamente, culta –es decir con su propia cultura que procede de la tradicional- abierta al conocimiento (I+D+i), que ha de estar en su base; y consciente –y orgullosa- de que así su contribución al bienestar del conjunto de la sociedad es de primer orden. No olvidemos que el monte y el agro –un agro proveedor de alimentos saludables de forma sostenible- están en la base de cualquier sociedad. No sólo la tecnología es fuente de bienestar, también la naturaleza con los seres humanos que la trabajan.>
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