El Ebro ha vuelto a ocupar el espacio que le corresponde y que la actividad humana intenta arrebatarle. Es lógico que los vecinos teman por sus propiedades y que los alcaldes protesten ante el abandono que sienten, mientras que ningún partido se atreve a abordar el problema con seriedad. Pedro Arrojo, uno de los mayores expertos del mundo en materia de aguas, habla en este artículo de la necesidad de abrir una negociación permanente con el río sobre los espacios de inundación que el ser humano quiere robarle.
Las huertas y las vegas existen porque durante millones de años hubo crecidas que inundaron los fondos de valle y las llanuras de las cuencas medias y bajas dejando ingentes cantidades de sedimento y nutrientes que hoy nos brindan las tierras más fértiles… Esa fertilidad, como es lógico, llevó a nuestros ancestros a cultivarlas y apreciarlas como las mejores; pero construyeron sus casas y pueblos en alto.
A lo largo del siglo XX, con poderosas tecnologías de ingeniería hidráulica, el mito renacentista de 'dominar la Naturaleza', y en particular los ríos, pudo hacerse realidad en gran medida. Se construyeron grandes presas, que podían regular esas crecidas; se levantaron miles de kilómetros de diques y motas fluviales, estrechando el dominio de los ríos; se rectificaron sus cauces, especialmente en los ríos navegables, para ahorrar tiempo y energía en el transporte fluvial; se dragaron y se profundizaron los cauces para aumentar su capacidad de desagüe...
Durante casi un siglo, el Mississippi y el Rin fueron ejemplos paradigmáticos de esta estrategia de ingeniería civil para dominar definitivamente los ríos. Sin embargo, a principios de los 90, un invierno nevoso en ambos continentes, seguido de una primavera calurosa y lluviosa, hicieron que dichos ríos bajaran impetuosos y con las escrituras bajo el brazo.
Pero lo más grave no fue la cantidad de agua que bajó, sino su velocidad, su energía. Al haber estrechado entre diques y motas los cauces a lo largo de cientos de kilómetros, al tiempo que se rectificaban y profundizaban, se triplicó la energía cinética de la onda de crecida, provocando ingentes daños en vidas y bienes materiales en las cuencas bajas: la Luisiana en EEUU, y Holanda en Europa.
El estudio de estas inundaciones llevó a cambiar la estrategia de ingeniería fluvial tradicional, basada en reforzar la 'dominación' del río mediante obras hidráulicas, para acabar asumiendo el nuevo lema de 'give space to the water' (dar espacio al agua), que ha llevado desde entonces a renegociar con el río sus espacios de inundación en la cuenca media.
Tanto en EE UU como en Europa se han recuperado meandros y bosques de ribera, que contribuyen a disipar la energía de las crecidas, así como amplios espacios del dominio fluvial, como zonas de expansión de las crecidas, expropiando tierras del dominio fluvial que se habían privatizado.
Además, se han establecido acuerdos con los agricultores para indemnizar generosamente la eventual inundación blanda y controlada de sus cosechas, en caso de crecida. Los diques de ribera, a lo largo de cientos de kilómetros, se retranquearon, o se dotaron de compuertas para controlar la inundación blanda de esos espacios, expandiendo las crecidas y reduciendo su capacidad destructiva aguas abajo...
En suma, se decidió aprender de la propia Naturaleza, más que pretender dominarla, haciendo de la recuperación de los cauces y sus funciones naturales de laminación de avenidas el eje central de las nuevas políticas públicas de gestión de riesgos de crecida.
En el Ebro como en otros ríos, con la construcción de cientos de presas, hemos conseguido amansar el régimen fluvial. Pero ello ha producido que el río haya cambiado su equilibrio de sedimentos en la cuenca media, incrementando el nivel de sedimentos y gravas que se depositan en su cauce. Pretender luchar contra ese nuevo equilibrio es una insensatez.
No se puede tener todo: 700.000 hectáreas de regadío, agua regulada para ciudades e industrias, un río en gran medida amansado y un cauce con el perfil de sedimentos bajo, como hace cien años... ¿Quién está dispuesto a pagar ese 'dragado integral' de cientos de kilómetros, día a día, año tras año?
No queda otra que reflexionar, entender el problema y renegociar con el río sus espacios de inundación: retranqueando motas, dotándolas de compuertas para expandir la inundación suavemente y permitir luego la evacuación de la inundación cuando baje el nivel del río; y, en última instancia, negociando con los agricultores que vean afectadas sus cosechas un sistema de compensación adecuado... Eso si, los cascos urbanos tienen y tendrán que defenderse con absoluta garantía.
Pedro Arrojo, profesor emérito de la Universidad de Zaragoza
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