Casa Barragán, también
denominada Perrera, que figura como Cañacorra en las escrituras de propiedad, es
el domicilio propio y fijo de José Moliner Sancho, varón robusto y de tez saludable,
de carácter sano, afable y colaborador, a quien no molesta el apodo familiar.
La masada está enclavada en el término municipal de Aliaga y forma parte de Las
Coronas, conjunto de masías –habitadas algunas-, diseminadas por donde el
altiplano de La Lastra se rompe y se precipita después en el valle encajado del
Guadalope. José nació en Pitarque y vive en la masada desde 1963, al principio
con sus padres y solo en los últimos años, desde que ellos murieron, el padre
hace veintitantos años y la madre, que pasó sus últimos inviernos en Valencia
con su hija Elvira, hace cuatro. Tiene 68 años. Un generador de gasolina y una
placa solar le proporcionan la electricidad necesaria. Una goma de 750 m de
larga le hace llegar el agua desde una fuente a casa “por su peso”. Se comunica
con un teléfono fijo y una antena parabólica
le permite ver la televisión, a la que no se ha aficionado demasiado. Su
nevera funciona con gas.
Casa Barragán |
Aunque en algún período
le toca madrugar más, se suele levantar
a las 7 -igual en invierno y en
verano- para “dar vuelta por el ganao” e iniciar la faena. El estiércol –que
vende- le ocupa con asiduidad, así como el control y reparación de cercas y comederas. La dedicación agrícola se
paralizó al faltar el padre, la ganadera es exclusiva: “pastoreo”. Por
supuesto, el verano es la mejor época, y en este último ha tenido la ventana
abierta 4 noches para dormir. Cuando nieva se dedica a “echarles a los
animales, encender la estufa, encender la radio y escuchar las calamidades que
pasan por esas carreteras”.
En la alimentación de
José Moliner son asiduas la fruta y la verdura, así como el pescado. El cordero
le apetece poco. Goza de buena salud –se toma la tensión- y confía en que, en caso de ponerse malo,
“alguno echará una mano”.
Los hijos de las ojinegras |
Sus mejores recuerdos se
remontan a sus 17 años, cuando “había caza a montón”. Perdices y conejos constituían
un magnífico suplemento a la alimentación familiar. También evoca con agrado la
energía de la juventud: “en cuatro blincos
íbamos a Pitarque o donde hiciera falta”. No desearía estar en otro sitio. No
viviría en una ciudad “aunque me pagaran un sueldo por estar como estamos aquí,
sentaos”. Abandonó la idea de ser
camionero por evitar los peligros de la carretera. Se siente feliz en su
situación. No ha experimentado la sensación de dureza en su vida cotidiana y su
trabajo y no conoce el aburrimiento. Recuerda el año 91 en que estuvieron
incomunicados en el mas durante 4 semanas a causa de la nieve: ningún problema,
había harina para que la madre masara, leña y comida para los animales. Ahora
el horno de Casa Barragán está “cargao de
leña, pero faltó la masadera”.
Manifiesta su gusto por
el ganado ovino. Lo que le hace más feliz es “el ver las 500 ovejas cada
mañana”. Considera que no le falta de nada. Puede permitirse alguna salida de
esparcimiento. Le encantan las vacadas de Valdelinares y del Valle de Palomita
(Villarluengo). Mantiene contacto asiduo con el vecindario masovero, pero el
bureo “ha pasao a la historia”.
El rebaño pastando en las inmediaciones de la masada |
Tiene tres perras entradas
en años: una mastina de los Pirineos, Perla, que ahuyenta los buitres de una
fuente para que las vacas no rechacen abrevar en ella, y dos tímidas perras
pastoras: Zorra y Mosca, madre e hija. También le hacen compañía seis gatos. Ha
llegado a matarse él solo el cerdo sin dificultades. Y a día de hoy hay que
añadir a la fauna doméstica que controla sus 500 ovejas ojinegras –“madres”-,
que le han proporcionado 300 “nacimientos” el último julio –atender a los partos es otra
de sus ocupaciones-. Si nace un cordero muerto, José le arrima otro vivo a la
madre. El esquileo –anual- tiene lugar en la masada en los días precedentes a
San Juan. Los esquiladores acuden de Checa (Guadalajara). Pagan la lana a 15
cts. el kilo. Todo el rebaño es de raza ojinegra porque es la que le gusta al
dueño, y porque “la gracia de un ganao es
que sea todo igual”. No en vano la ojinegra de Teruel –autóctona de Aragón- se
adapta perfectamente a su climatolgía: sequedad e inviernos rigurosos. Por otra
parte, la denominación de origen Ternasco
de Aragón acoge esta variedad ovina. Asegura José que la subvención oficial que
recibe garantiza su explotación ganadera –“por eso aguantamos”-, puesto que “el
cordero lo estamos vendiendo igual que hace treinta años, a 65 euros”. Reus es
el destino final de venta de la producción de Casa Barragán.
La perra "Mosca" |
José baja los miércoles a
Aliaga a recoger en el supermercado los panes redondos encargados –que aguantan
bien la semana-, similares a los que se elaboraban antaño en su casa y en las
demás masadas. Semanalmente va a lavar la ropa a Pitarque. Posee un piso en
Alcorisa para cuando se retire. Allí se desplaza a cortarse el pelo. Su viaje
más largo fue a Salou cuando “aun vivían los padres”. Hoy en día no le apetece
viajar.
Está contento con la
“señora carretera” –la que une Aliaga con Pitarque- que les aproxima a las masadas. No reivindica
nada a los gobernantes: “no nos falta de nada”, y añade: “La luz esperamos que
nos la pongan”. Contempla un futuro de “abandono total” cuando los masoveros
actuales dejen las masadas: “no hay ninguno que las quiera llevar”.
* * *
Hoy, 16 de agosto de 2018, José ha bajado a
Aliaga a recoger el pan y transportar sus 6 mardanos a Cirujeda, para que no
tengan contacto con las hembras. Le he hecho la entrevista, previamente
pactada, sentados en un tronco junto al río de La Val. Por la tarde –amenazadoramente
negra de tormenta- me he dirigido a Casa Barragán en coche, primero por la
carretera de Pitarque, después por una pista de tierra. He evitado el último
tramo –empinado i descendente- y he continuado a pie, campo a través, por la
loma que oculta la masada. Al otro lado se podía otear el numeroso rebaño y el
casalicio a la izquierda. Llegado a la puerta, con el postigo superior abierto,
las dos perras, asustadas entre gatos indiferentes, han empezado a ladrar en la
entrada y yo a llamar al amo a grito pelado -¡menuda escandalera!-. Empieza a
llover y me refugio en un caseto lateral con la puerta abierta, que hace de
leñera. La lluvia empuja a José hacia la
casa. Las ojinegras se retiran solas hacia el corral y él se asegura de su
resguardo, poniendo especial atención en la protección de los corderos. Pasamos
al interior a una cocina-comedor rellena de una sombra espesa e iniciamos la
conversación. Se oye algún balido atenuado. Suena el teléfono. Le ha llamado un amigo. La
lluvia ha cesado y salimos al exterior. José me hace una representación de la
evolución de la recogida del ciemo: con la horquilla y el cobano –pequeño cesto- al principio; con el carretillo después y manejando una minicargadora en la actualidad.
Me muestra un cobertizo que alberga una montaña de cebada y avena –50 toneladas
de complemento alimentario para las ovejas-. Visitamos la era, en desuso, el
pajar y el granero. Me enseña la nevera a butano y una vieja carnera. Es hora de dejar que mi
anfitrión continúe sus quehaceres interrumpidos. Amablemente me transporta en
su veterano 4x4 cuesta arriba hasta alcanzar mi vehículo lavado por la lluvia,
blanco radiante. Nos despedimos.
José Moliner cargando el cobano de ciemo |
De vuelta a casa
reflexiono que ni los políticos ni los intelectuales pueden arrogarse el mérito
en la lucha contra la despoblación, sino las personas que viven en los pueblos
más pequeños y en las masadas, como José Moliner, a quienes debemos todo
nuestro reconocimiento.
José Moliner posa junto al “taxi” de los mardanos |
Texto y fotografias: Gonzalo Tena Gómez
Colectivo Sollavientos
4 comentarios:
He leído con mucho interés esta entrada sobre un singular masovero. Mi padre nació en el Salobral de Aliaga y eso ha contribuido a que tenga respeto y afecto por estas casas aisladas y distantes de los servicios que brindan algunos pueblos.
Saludos
Un buen relato-reportaje de un robinson rural. Estas montañas turolenses en los últimos cincuenta años han sido el escenario de casos parecidos. Los últimos de tantas y tantas masias. Lugares donde no todos pueden ni saben vivir.
Has recogido un buen testimonio que documenta un mundo que desaparece con ellos.
Alfonso RB
Acabo de leer el reportaje y me he emocionado. Yo viví mis primeros años de vida en el Salobral con mis abuelos Tomás y María la Santera. Yo nací en Aliaga en la carretera en frente de la canal y el rio Guadalope y el pocico Martin, de donde mi padre sacaba unas truchas tremendas y en aquel tiempo los masoveros que estaban en el Salobral eran mis abuelos y mis tíos, después se bajaron al pueblo a la calle Vicaria, pero yo estuve con ellos y allí di mis primeros pasos por la vida. después y como tantos, salimos de Aliaga y vinimos a la Rioja. Desde aquí os mando un saludo y sobre todo un reconocimiento enorme a este masovero que sigue con esa tradición. Un fuerte abrazo (Si Dios quiere un día tengo que ir a verte) tenemos la misma edad mas o menos
Me ha encantado el reportaje, ando buscando la masada donde nació mi abuela, Juana Ariño. Solo se que se llama Casa Conesa y que está en Aliaga. Alguien puede darme una pista? Me haría mucha ilusión encontrarla!
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