jueves, 10 de enero de 2019

JOSÉ MOLINER, MASOVERO SOLITARIO


Casa Barragán, también denominada Perrera, que figura como Cañacorra en las escrituras de propiedad, es el domicilio propio y fijo de José Moliner Sancho, varón robusto y de tez saludable, de carácter sano, afable y colaborador, a quien no molesta el apodo familiar. La masada está enclavada en el término municipal de Aliaga y forma parte de Las Coronas, conjunto de masías –habitadas algunas-, diseminadas por donde el altiplano de La Lastra se rompe y se precipita después en el valle encajado del Guadalope. José nació en Pitarque y vive en la masada desde 1963, al principio con sus padres y solo en los últimos años, desde que ellos murieron, el padre hace veintitantos años y la madre, que pasó sus últimos inviernos en Valencia con su hija Elvira, hace cuatro. Tiene 68 años. Un generador de gasolina y una placa solar le proporcionan la electricidad necesaria. Una goma de 750 m de larga le hace llegar el agua desde una fuente a casa “por su peso”. Se comunica con un teléfono fijo y una antena parabólica  le permite ver la televisión, a la que no se ha aficionado demasiado. Su nevera funciona con gas.


 Casa Barragán


Aunque en algún período le toca madrugar más, se suele levantar  a las 7  -igual en invierno y en verano- para “dar vuelta por el ganao” e iniciar la faena. El estiércol –que vende- le ocupa con asiduidad, así como el control y reparación de cercas y comederas. La dedicación agrícola se paralizó al faltar el padre, la ganadera es exclusiva: “pastoreo”. Por supuesto, el verano es la mejor época, y en este último ha tenido la ventana abierta 4 noches para dormir. Cuando nieva se dedica a “echarles a los animales, encender la estufa, encender la radio y escuchar las calamidades que pasan por esas carreteras”.
En la alimentación de José Moliner son asiduas la fruta y la verdura, así como el pescado. El cordero le apetece poco. Goza de buena salud –se toma la tensión-  y confía en que, en caso de ponerse malo, “alguno echará una mano”.


Los hijos de las ojinegras



Sus mejores recuerdos se remontan a  sus 17 años, cuando “había  caza a montón”. Perdices y conejos constituían un magnífico suplemento a la alimentación familiar. También evoca con agrado la energía de la juventud: “en cuatro blincos íbamos a Pitarque o donde hiciera falta”. No desearía estar en otro sitio. No viviría en una ciudad “aunque me pagaran un sueldo por estar como estamos aquí, sentaos”. Abandonó la idea de ser camionero por evitar los peligros de la carretera. Se siente feliz en su situación. No ha experimentado la sensación de dureza en su vida cotidiana y su trabajo y no conoce el aburrimiento. Recuerda el año 91 en que estuvieron incomunicados en el mas durante 4 semanas a causa de la nieve: ningún problema, había harina para que la madre masara, leña y comida para los animales. Ahora el horno de Casa Barragán está “cargao de leña, pero faltó la masadera”.
Manifiesta su gusto por el ganado ovino. Lo que le hace más feliz es “el ver las 500 ovejas cada mañana”. Considera que no le falta de nada. Puede permitirse alguna salida de esparcimiento. Le encantan las vacadas de Valdelinares y del Valle de Palomita (Villarluengo). Mantiene contacto asiduo con el vecindario masovero, pero el bureo “ha pasao a la historia”.



El rebaño pastando en las inmediaciones de la masada

Tiene tres perras entradas en años: una mastina de los Pirineos, Perla, que ahuyenta los buitres de una fuente para que las vacas no rechacen abrevar en ella, y dos tímidas perras pastoras: Zorra y Mosca, madre e hija. También le hacen compañía seis gatos. Ha llegado a matarse él solo el cerdo sin dificultades. Y a día de hoy hay que añadir a la fauna doméstica que controla sus 500 ovejas ojinegras –“madres”-, que le han proporcionado 300 “nacimientos”  el último julio –atender a los partos es otra de sus ocupaciones-. Si nace un cordero muerto, José le arrima otro vivo a la madre. El esquileo –anual- tiene lugar en la masada en los días precedentes a San Juan. Los esquiladores acuden de Checa (Guadalajara). Pagan la lana a 15 cts. el kilo.  Todo el rebaño es de  raza ojinegra porque es la que le gusta al dueño, y porque “la gracia de un ganao es que sea todo igual”. No en vano la ojinegra de Teruel –autóctona de Aragón- se adapta perfectamente a su climatolgía: sequedad e inviernos rigurosos. Por otra parte, la denominación de origen Ternasco de Aragón acoge esta variedad ovina.  Asegura José que la subvención oficial que recibe garantiza su explotación ganadera –“por eso aguantamos”-, puesto que “el cordero lo estamos vendiendo igual que hace treinta años, a 65 euros”. Reus es el destino final de venta de la producción de Casa Barragán.

La perra "Mosca"


José baja los miércoles a Aliaga a recoger en el supermercado los panes redondos encargados –que aguantan bien la semana-, similares a los que se elaboraban antaño en su casa y en las demás masadas. Semanalmente va a lavar la ropa a Pitarque. Posee un piso en Alcorisa para cuando se retire. Allí se desplaza a cortarse el pelo. Su viaje más largo fue a Salou cuando “aun vivían los padres”. Hoy en día no le apetece viajar.
Está contento con la “señora carretera” –la que une Aliaga con Pitarque-  que les aproxima a las masadas. No reivindica nada a los gobernantes: “no nos falta de nada”, y añade: “La luz esperamos que nos la pongan”. Contempla un futuro de “abandono total” cuando los masoveros actuales dejen las masadas: “no hay ninguno que las quiera llevar”.

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 Hoy, 16 de agosto de 2018, José ha bajado a Aliaga a recoger el pan y transportar sus 6 mardanos a Cirujeda, para que no tengan contacto con las hembras. Le he hecho la entrevista, previamente pactada, sentados en un tronco junto al río de La Val. Por la tarde –amenazadoramente negra de tormenta- me he dirigido a Casa Barragán en coche, primero por la carretera de Pitarque, después por una pista de tierra. He evitado el último tramo –empinado i descendente- y he continuado a pie, campo a través, por la loma que oculta la masada. Al otro lado se podía otear el numeroso rebaño y el casalicio a la izquierda. Llegado a la puerta, con el postigo superior abierto, las dos perras, asustadas entre gatos indiferentes, han empezado a ladrar en la entrada y yo a llamar al amo a grito pelado -¡menuda escandalera!-. Empieza a llover y me refugio en un caseto lateral con la puerta abierta, que hace de leñera.  La lluvia empuja a José hacia la casa. Las ojinegras se retiran solas hacia el corral y él se asegura de su resguardo, poniendo especial atención en la protección de los corderos. Pasamos al interior a una cocina-comedor rellena de una sombra espesa e iniciamos la conversación. Se oye algún balido atenuado.  Suena el teléfono. Le ha llamado un amigo. La lluvia ha cesado y salimos al exterior. José me hace una representación de la evolución de la recogida del ciemo: con la horquilla y el cobano –pequeño cesto- al principio; con el carretillo después y manejando una minicargadora en la actualidad. Me muestra un cobertizo que alberga una montaña de cebada y avena –50 toneladas de complemento alimentario para las ovejas-. Visitamos la era, en desuso, el pajar y el granero. Me enseña la nevera a butano y una vieja carnera. Es hora de dejar que mi anfitrión continúe sus quehaceres interrumpidos. Amablemente me transporta en su veterano 4x4 cuesta arriba hasta alcanzar mi vehículo lavado por la lluvia, blanco radiante. Nos despedimos.

José Moliner cargando el cobano de ciemo

De vuelta a casa reflexiono que ni los políticos ni los intelectuales pueden arrogarse el mérito en la lucha contra la despoblación, sino las personas que viven en los pueblos más pequeños y en las masadas, como José Moliner, a quienes debemos todo nuestro reconocimiento.
José Moliner posa junto al “taxi” de los mardanos


Texto y fotografias: Gonzalo Tena Gómez
Colectivo Sollavientos



3 comentarios:

Luis Antonio dijo...

He leído con mucho interés esta entrada sobre un singular masovero. Mi padre nació en el Salobral de Aliaga y eso ha contribuido a que tenga respeto y afecto por estas casas aisladas y distantes de los servicios que brindan algunos pueblos.

Saludos

Anónimo dijo...

Un buen relato-reportaje de un robinson rural. Estas montañas turolenses en los últimos cincuenta años han sido el escenario de casos parecidos. Los últimos de tantas y tantas masias. Lugares donde no todos pueden ni saben vivir.
Has recogido un buen testimonio que documenta un mundo que desaparece con ellos.
Alfonso RB

Anónimo dijo...

Acabo de leer el reportaje y me he emocionado. Yo viví mis primeros años de vida en el Salobral con mis abuelos Tomás y María la Santera. Yo nací en Aliaga en la carretera en frente de la canal y el rio Guadalope y el pocico Martin, de donde mi padre sacaba unas truchas tremendas y en aquel tiempo los masoveros que estaban en el Salobral eran mis abuelos y mis tíos, después se bajaron al pueblo a la calle Vicaria, pero yo estuve con ellos y allí di mis primeros pasos por la vida. después y como tantos, salimos de Aliaga y vinimos a la Rioja. Desde aquí os mando un saludo y sobre todo un reconocimiento enorme a este masovero que sigue con esa tradición. Un fuerte abrazo (Si Dios quiere un día tengo que ir a verte) tenemos la misma edad mas o menos