miércoles, 21 de agosto de 2019

CRECIMIENTO versus BIENESTAR (IV): “LA ECONOMÍA LIBERAL LLEGÓ PARA QUEDARSE”





Que la apuesta de la civilización occidental por el desarrollo económico sin medida es la hegemónica no supondrá a estas alturas ninguna sorpresa. Que el discurso neoliberal en lo político es consecuencia de una continua insistencia en la narrativa de ese modelo como imperante, único y sin ningún otro que le haga sombra, es menos definitorio en el ámbito ideológico. Pero sin duda, aún sin darnos cuenta, también se ha mostrado como hegemónico. Nuestro día a día en lo social, en lo económico y en lo cultural bebe de ese discurso, ‘compra’ esa narración y, glorificado por esos lemas sencillos y concluyentes como “es lo que hay”, tiene una difícil contestación desde el punto de vista intelectual, pues el cambio del discurso intelectual requiere tiempo, medición, análisis, comprensión, debate, libertad y compromiso. Y no estamos para malgastar el tiempo en un mundo cuyo imaginario popular y narrativo se construye en base a noticias falsas, medias verdades o textos ridículos o ingeniosos de 280 caracteres.

Casi sin quererlo, o queriéndolo mucho, como argumenta Daniel Bernabé en su libro “La trama de la diversidad”, el movimiento neoliberal ha desplazado a la socialdemocracia y a la democracia cristiana que, con altibajos, venía defendiendo en lo sociopolítico y en lo económico el modelo del estado del bienestar, como solución ‘post guerras mundiales’ a la situación de las clases bajas y obreras de occidente (los otros mundos son otro cantar). La sensación hegemónica de que todo es economía, todo se compra y se vende ha calado. Todos los aspectos de la vida se construyen en torno a ese lenguaje, a valorar lo esencial desde el punto de vista económico del crecimiento.

En política, por ejemplo, no importan las ideas, importa cómo se venda el producto político, aunque haya que recurrir a mentiras o a construcciones vertiginosas de la realidad del adversario político. La política se rodea de marketing, asesoramiento y maldad económica, entendiendo esa maldad como todos los recursos que se emplean para vender una marca política y que no se destinan a lo que debería ser esencial, los proyectos y la aplicación diaria de éstos para construir un mundo mejor. Ante esta afirmación la respuesta siempre es la misma: todo es economía, lo importante es la economía, si no se crece no puede haber bienestar.

En educación, por seguir con otro de los pilares del Estado del Bienestar, el camino es el mismo. Así pues, se implementan aspectos de la economía transversalmente y se fomentan asignaturas relacionadas directamente con esa pseudociencia social. Además, no es raro oír a expertos que suelen hablar de impulsar propuestas educativas de primaria a secundaria en relación a aspectos económicos dentro del currículo. En cualquier caso, el imaginario popular es tan claro que estoy convencido que no necesitarían ni a la Educación como soporte de lo económico como lenguaje principal de lo postmoderno.

Tampoco podemos engañarnos ni asumir responsabilidades compartidas. Todo obedece a un pensamiento hegemónico real, que vivimos habitualmente entre nuestros compañeros de trabajo, familia o grupos sociales a los que pertenecemos. El uso de las palabras obedece a ello. Ahora preferimos invertir a comprar, asimilamos el lenguaje oferta-demanda comprando barato al extranjero y por internet mientras cierran nuestros comercios de vecindad, nos entregamos a los gurús del dinero y de la autoayuda (tanto monta). Cualquier movimiento social o político aparentemente radical o revolucionario acaba convertido en presa del mercado y sujeto a sus leyes. Como le ocurre al parado de la película “Tiempo después” de José Luis Cuerda, naturalizarlo en el mundo mundial supondrá convertirlo en súbdito y comercializar el producto revolucionario.

Para el mundo rural, ni el Estado del Bienestar ni el neoliberalismo actual ha supuesto un cambio que suponga un retroceso del modelo triunfante y estelar de la vida en la ciudad. Tampoco lo supusieron otros modelos económicos y políticos como el comunismo, seamos claros. Siempre en permanente decadencia, el modelo desarrollista sigue siendo utilizado como ‘salvador’ del agro. Así pues, muy pocos hablarán de cambiar la base cultural y muchos hablarán de infraestructuras, macroproyectos, grandes inversiones y crecimiento acelerado, subiéndose a cualquier carro de desarrollo económico como un clavo ardiendo, aún a pesar de saber, en el fondo, que por mucho que imaginemos de manera común una salvación con reglas antiguas, dichas reglas no funcionan en un mundo que todavía debemos inventar. Y es eso lo que acabamos exigiendo a nuestros representantes políticos, no lo olvidemos.

Así pues, los habitantes del medio rural acabamos hablando en los mismos términos economicistas hegemónicos como hijos que somos de nuestro tiempo. Los pacientes somos clientes, el dinero público debe de invertirse con cautela y siguiendo criterios de efectividad, el dinero mejor en el bolsillo del ciudadano, lo individual por encima de lo colectivo, la libertad del individuo como recurso fundacional de un futuro lleno de estrellas y copas de vino caro. Sin contar, por supuesto, la huida hacia delante de las clases populares hacia el objetivo genérico de ser clase media o de cierta aporofobia, además de la desunión de clase. Y por ese camino, desde el medio rural, difícilmente se podrán construir estructuras que apoyen su salvación a medio plazo, pues somos pocos clientes y los costes en ciertas infraestructuras son “aparentemente” mayores (si tomamos como indicadores los clásicos de la economía tradicional). Por no hablar de que la tan manida idea de la libertad de elección en relación a la vida en un lugar o en otro se condiciona a muchas variables.

El fundamento de la economía liberal como ideología superior, desarrollada y generadora de bienestar vino para quedarse. Pero no hay que lamentarse, también hoy en día, el avance de la tecnología por una parte y la posibilidad de acceder al conocimiento por otra, puede abrir caminos que construyan otros puentes hacia el futuro. Recuperar fundamentos colectivos, aprovechar la ciencia, transitar por la vida con otras moralidades… pueden ser las consecuencias naturales de narrar la vida con otro punto de vista. Y ahí las enseñanzas de la vida campesina, si es que todavía no se ha olvidado, pueden tener mucho que decir.

Víctor Guiu Aguilar
Colectivo Sollavientos

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