La hermosa película “Handia”, dirigida por Aitor Arregi y Jon
Garaño en 2017, nos muestra que el crecimiento excesivo, en este caso en la
estatura de un hombre que existió en la vida real en el siglo XIX -Miguel
Joaquín Eleizegui Arteaga-, comporta ventajas económicas y materiales durante
un periodo: enriquecimiento y mejora drástica en las condiciones de vida de la
familia por la exhibición del gigante. Pero desemboca en graves complicaciones
personales, económicas y sociales.
Desde hace años, nuestro desarrollo
económico, el de los habitantes de la casa común planeta Tierra, como muy bien
se sabe, desborda los límites de lo excesivo. Son los países avanzados, cuyo
sistema de vida se basa principalmente en un consumismo y un despilfarro que
nos ha atrapado, los principales responsables, donde, de una manera cada vez
más desigual, mantenemos un estado de prosperidad que el liberalismo económico
va erosionando. Esta situación augura un futuro para nada deseable.
¿Hay crecimientos libres de toda
sospecha? Indudablemente: el de la bondad, el de la libertad, el del amor, el
del conocimiento y la educación, el de la redistribución de la riqueza y el de
la justicia social, el de la cooperación para el bien, el de la investigación científica
con fines benéficos, el de la ecuanimidad y la sensatez, el de la
contemplación, el de la reflexión constructiva, el crecimiento físico de las
plantas, animales y personas en una naturaleza armónica… Hay, en suma, multitud
de posibilidades de crecimiento gozoso y benefactor, a nivel individual y
colectivo.
Y sobre el bienestar, ¿qué podemos
decir? El diccionario de la RAE, lo define en tres acepciones:
- Conjunto de las cosas necesarias para vivir bien.
- Vida holgada o abastecida de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad.
- Estado de la persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica.
Los tres significados darían lugar a
amplios debates y clarificaciones, definiendo de entrada cada una de las
palabras clave de cada definición. También podrían confrontarse los conceptos
de bienestar rural y bienestar urbano. Es necesario reflexionar lo que cada
cual entiende por bienestar. ¿Vivimos realmente en una ‘sociedad del bienestar’?
¿A cuánta gente acoge? Hay quien afirma que los trabajadores que construyeron
las pirámides de Egipto, que no eran esclavos, se estresaban menos que la población
laboral española actual. Porque no parecen una sociedad del bienestar la ‘sociedad
disciplinaria’ que describía M. Foucault, ni tampoco la ‘sociedad del cansancio’,
que genera “infartos del alma”, sobre
la que reflexiona más recientemente el filósofo surcoreano Byung-Chul Han.
Igualmente son revisables los conceptos
de ‘estado del bienestar’, que hace referencia a una mejor redistribución de la
renta y mayores prestaciones sociales para los más desfavorecidos por parte del
Estado, y el de ‘economía del bienestar’, que alude en el
mismo diccionario a la extensión a todos los sectores sociales de los servicios
y medios fundamentales para una vida digna.
Es necesario integrar todas estas definiciones y reflexiones en una
nueva mentalidad serena que mire hacia el futuro con esperanza. Sustituyamos la
divisa capitalista “después de mi, el
diluvio” por esta otra ‘glocal’: “pensar
en global y actuar en local”. Potenciemos los crecimientos gozosos.
Gonzalo Tena Gómez
Colectivo Sollavientos
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