Partiendo del punto de vista
de alguien que, como yo, cree a pies juntillas que el problema del deterioro
demográfico del medio rural es cultural, está claro que sólo cabe la Educación
como punto de apoyo para evitar, paliar o, al menos, no comulgar con el proceso
irreversible del “vaciamiento” rural.
Una y otra vez nos encontramos
con la irremediable comparación de la educación española con los “popes”
educativos de occidente. Nuestros ojos y nuestra cabeza han aprendido pues a
citar el tan manido recurso del “hay que
fijarse en Finladia”. Y supongo que hay que fijarse así a lo bruto, sin otra
cosa en la cabeza, sin llegar a comparar las realidades entre un país y otro y
la corresponsabilidad del ciudadano en lo que pasa. Sí amigos, la
corresponsabilidad, porque política, administración y administrados somos
corresponsables de lo que pasa a nuestro alrededor, unos más que otros.
Podríamos empezar por
imaginarnos un futuro educativo en el que fuesen los mejores los que dieran
clase a nuestros hijos. Sería deseable y nadie en su sano juicio podría opinar
lo contrario. Pero habilitar a los mejores en ese futuro laboral requiere
premiar la formación, el esfuerzo y el compromiso de los docentes. Y si en
países como Finlandia se premia socialmente el ser docente (primaria,
secundaria o lo que sea), se premia también económicamente y, por lo tanto, ese
premio hace que los más formados quieran ser docentes. Difícilmente podríamos
equipararnos por ese lado los españoles cuando se teje un pensamiento del
docente que poco tiene que ver con aquellos lares. Así, a día de hoy, entrar en
la carrera de magisterio equivale en las notas de corte que cualquiera puede
acceder a ella. Y en lo que se refiere al mundo rural, añadiremos que el
sistema anquilosado y poco ágil de los interinos “errantes” convierte los
proyectos en proyectos personales y de muy difícil continuidad, salvo casos
ejemplares.
Para tener una educación de
calidad, en general, deberíamos de aspirar a una sociedad donde elimináramos
poco a poco el “clasismo educativo”. Si en la sociedad postmoderna hasta el más
tonto o más pobre se refleja como clase media, nacen conceptos como la
aporofobia y nos centramos en esa peligrosa trama liberal de la diversidad
(leer a D.Bernabé); esto, tarde o temprano, se refleja en el sistema educativo.
Si es que alguna vez se ha ido. Porque si hasta hace unas décadas estudiar en
lo público era sinónimo de poca calidad, hoy por hoy, debido al clasismo
educativo consustancial al español medio, hace que se apuesten por los
clasismos concertados. Dado que no puedes optar a los privados, exige tu
derecho a elegir un concertado. Y, como ocurre en cualquier otro servicio
público, no utilizarlo lleva consigo que el imaginario público y político
rebaje sus expectativas y, por tanto, su calidad.
La discontinuidad de la
docencia en el medio rural, como decíamos, hace muy difícil la puesta en marcha
de proyectos a largo plazo. No se trata de ser innovador con el sentido
ridículo de hoy en día, en el cual cualquier pedagogo que no ha dado clase en
su vida explica con neolenguajes y términos ingleses la mayor obviedad o la más
absoluta tontería. Se trata, sin más, de premiar a los funcionarios
comprometidos, que también los hay. Muy al contrario de lo que se sigue
pensando en los pueblos, tal y como explicaba Salvador Berlanga en su paso por
los CRIETs: el porcentaje de aprobados y de titulados del medio rural superaba
porcentualmente el del ámbito urbano.
Por otro lado, la atención a
la siempre recurrente diversidad no debe de constituir el foco que justifique o
priorice la educación pública de calidad. Más bien, el esfuerzo y el apoyo
personalizado; los recursos humanos y el compromiso del profesorado como punta
de lanza de un proyecto global, educativo y comunitario. Y eso solo se puede
transformar en una escuela laica, donde los dogmas no se viralicen directa o
indirectamente y donde la actitud crítica y responsable vaya de la mano con el
esfuerzo y la asunción de responsabilidades desde la más temprana edad. Resulta
muchas veces bochornoso para el profesorado observar y leer algunos conceptos políticos
que se repiten sobre el adoctrinamiento, pues dicho adoctrinamiento suele
fundamentarse en las ideologías (reales o fingidas) de los partidos políticos.
Así pues, conceptos como la
memoria ideológica tampoco deberían de constituir ejes de discusión, pues lo
ideológico, siendo transversal, debe de serlo más en casa y menos en la
escuela. Se deben de poner en canción de nuevo aspectos que para muchos
pedagogos y políticos resultan “viejunos” como el esfuerzo. Y tampoco debemos
obviar la competencia, porque el mundo no es como queremos y la escuela es
formadora de ciudadanos. El concepto de
autoridad reforzaría la imagen del docente y de la escuela de calidad. La
sobreprotección de los niños y la multiplicación de sus derechos (con pocos
deberes aparejados) nos traen como consecuencia el desprestigio de la escuela
pública y, por ende, la falta de calidad de la misma en el imaginario de la
gente. Un imaginario popular que es fiel
reflejo de un neoliberalismo en auge que la sociedad ha comprado como bueno.
Retomando la realidad rural,
debemos ser conscientes que todo ese panorama acaba afectando en cascada a
nuestros alumnos. Alumnos que ni que decir tiene deberían de tener la calidad y
servicios que cualquier urbanita. Sin embargo, todos los tropiezos que existen
por una escuela pública de calidad se nos convierten en verdaderos abismos en
determinadas zonas rurales. Y, hoy por hoy, sólo nos queda el voto, la protesta
y la exigencia. Que cada uno actúe en consecuencia.
Víctor
Manuel Guiu Aguilar
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