lunes, 26 de octubre de 2020

ODS TERUEL 2030 (3): EDUCACIÓN DE CALIDAD Y MEDIO RURAL



Partiendo del punto de vista de alguien que, como yo, cree a pies juntillas que el problema del deterioro demográfico del medio rural es cultural, está claro que sólo cabe la Educación como punto de apoyo para evitar, paliar o, al menos, no comulgar con el proceso irreversible del “vaciamiento” rural.

Una y otra vez nos encontramos con la irremediable comparación de la educación española con los “popes” educativos de occidente. Nuestros ojos y nuestra cabeza han aprendido pues a citar el tan manido recurso del  “hay que fijarse en Finladia”. Y supongo que hay que fijarse así a lo bruto, sin otra cosa en la cabeza, sin llegar a comparar las realidades entre un país y otro y la corresponsabilidad del ciudadano en lo que pasa. Sí amigos, la corresponsabilidad, porque política, administración y administrados somos corresponsables de lo que pasa a nuestro alrededor, unos más que otros.

Podríamos empezar por imaginarnos un futuro educativo en el que fuesen los mejores los que dieran clase a nuestros hijos. Sería deseable y nadie en su sano juicio podría opinar lo contrario. Pero habilitar a los mejores en ese futuro laboral requiere premiar la formación, el esfuerzo y el compromiso de los docentes. Y si en países como Finlandia se premia socialmente el ser docente (primaria, secundaria o lo que sea), se premia también económicamente y, por lo tanto, ese premio hace que los más formados quieran ser docentes. Difícilmente podríamos equipararnos por ese lado los españoles cuando se teje un pensamiento del docente que poco tiene que ver con aquellos lares. Así, a día de hoy, entrar en la carrera de magisterio equivale en las notas de corte que cualquiera puede acceder a ella. Y en lo que se refiere al mundo rural, añadiremos que el sistema anquilosado y poco ágil de los interinos “errantes” convierte los proyectos en proyectos personales y de muy difícil continuidad, salvo casos ejemplares.

Para tener una educación de calidad, en general, deberíamos de aspirar a una sociedad donde elimináramos poco a poco el “clasismo educativo”. Si en la sociedad postmoderna hasta el más tonto o más pobre se refleja como clase media, nacen conceptos como la aporofobia y nos centramos en esa peligrosa trama liberal de la diversidad (leer a D.Bernabé); esto, tarde o temprano, se refleja en el sistema educativo. Si es que alguna vez se ha ido. Porque si hasta hace unas décadas estudiar en lo público era sinónimo de poca calidad, hoy por hoy, debido al clasismo educativo consustancial al español medio, hace que se apuesten por los clasismos concertados. Dado que no puedes optar a los privados, exige tu derecho a elegir un concertado. Y, como ocurre en cualquier otro servicio público, no utilizarlo lleva consigo que el imaginario público y político rebaje sus expectativas y, por tanto, su calidad.

La discontinuidad de la docencia en el medio rural, como decíamos, hace muy difícil la puesta en marcha de proyectos a largo plazo. No se trata de ser innovador con el sentido ridículo de hoy en día, en el cual cualquier pedagogo que no ha dado clase en su vida explica con neolenguajes y términos ingleses la mayor obviedad o la más absoluta tontería. Se trata, sin más, de premiar a los funcionarios comprometidos, que también los hay. Muy al contrario de lo que se sigue pensando en los pueblos, tal y como explicaba Salvador Berlanga en su paso por los CRIETs: el porcentaje de aprobados y de titulados del medio rural superaba porcentualmente el del ámbito urbano.

Por otro lado, la atención a la siempre recurrente diversidad no debe de constituir el foco que justifique o priorice la educación pública de calidad. Más bien, el esfuerzo y el apoyo personalizado; los recursos humanos y el compromiso del profesorado como punta de lanza de un proyecto global, educativo y comunitario. Y eso solo se puede transformar en una escuela laica, donde los dogmas no se viralicen directa o indirectamente y donde la actitud crítica y responsable vaya de la mano con el esfuerzo y la asunción de responsabilidades desde la más temprana edad. Resulta muchas veces bochornoso para el profesorado observar y leer algunos conceptos políticos que se repiten sobre el adoctrinamiento, pues dicho adoctrinamiento suele fundamentarse en las ideologías (reales o fingidas) de los partidos políticos.

Así pues, conceptos como la memoria ideológica tampoco deberían de constituir ejes de discusión, pues lo ideológico, siendo transversal, debe de serlo más en casa y menos en la escuela. Se deben de poner en canción de nuevo aspectos que para muchos pedagogos y políticos resultan “viejunos” como el esfuerzo. Y tampoco debemos obviar la competencia, porque el mundo no es como queremos y la escuela es formadora de ciudadanos.  El concepto de autoridad reforzaría la imagen del docente y de la escuela de calidad. La sobreprotección de los niños y la multiplicación de sus derechos (con pocos deberes aparejados) nos traen como consecuencia el desprestigio de la escuela pública y, por ende, la falta de calidad de la misma en el imaginario de la gente. Un imaginario popular que  es fiel reflejo de un neoliberalismo en auge que la sociedad ha comprado como bueno.

Retomando la realidad rural, debemos ser conscientes que todo ese panorama acaba afectando en cascada a nuestros alumnos. Alumnos que ni que decir tiene deberían de tener la calidad y servicios que cualquier urbanita. Sin embargo, todos los tropiezos que existen por una escuela pública de calidad se nos convierten en verdaderos abismos en determinadas zonas rurales. Y, hoy por hoy, sólo nos queda el voto, la protesta y la exigencia. Que cada uno actúe en consecuencia.

Víctor Manuel Guiu Aguilar

Colectivo Sollaviento

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