Aliaga, Molino Alto. Autor: Gonzalo Tena |
Las fuentes de energía usadas a lo largo de la historia han condicionado fuertemente la economía y la organización social. Leña, caballerías,fuerza hidráulica, carbón, petróleo, gas, nuclear, renovables… detrás de cada una de ellas hay una sociedad diferente, con estructuras demográficas y socio-económicas distintas. Hagamos un viaje atrás en la historia energética de Teruel.
La provincia es hoy importante productora y
exportadora neta de energía eléctrica. Su mayor activo ha sido durante décadas
el carbón. Sólo la central térmica de Andorra ha venido produciendo anualmente entre
3000 y 6000 millones de kwh, que representan entre 3 y 7 veces el consumo de
toda la provincia. Hace poco funcionaba también la central de Escucha, y tiempo
atrás ambas llegaron a coexistir (1981-1982) con la de Aliaga. Ahora se suma la
electricidad de origen eólico y solar, generando una savia energética que fluye
hacia los cuatro puntos cardinales a través de la moderna red de alta tensión.
La electricidad tiene eso: se transporta con
facilidad desde cualquier productor a cualquier consumidor lejano. La minería del
carbón, las centrales eléctricas, la instalación de parques eólicos y solares
crean empleo en Teruel, pero ¿cuánto se crearía si esa misma energía se
consumiera en industrias locales, por ejemplo cerámicas? ¿Qué ocurriría si la
arcilla no saliera de Teruel levantando polvo en camiones sino transformada en
baldosas? Hace tanto tiempo que nuestra provincia produce energía y materias
primas para la industria foránea que quizá no concebimos otro modelo energético y
económico.
Durante la primera mitad del siglo XX la
irrupción de la hidroeléctrica dinamizó algunas zonas productoras, donde su
precio era más barato, propiciando el nacimiento de núcleos industriales como
Sabiñánigo. La termoeléctrica podría haber tenido ese mismo efecto en Teruel y
Bajo Aragón, con la apertura de las centrales de Aliaga y Escatrón en 1950 y
1952, respectivamente. Pero el decreto de unificación de tarifas eléctricas
(1953) paralizó esa oportunidad: la electricidad pasó a costar lo mismo independientemente
de la distancia de transporte, lo que propició que el desarrollo industrial se
concentrase en polos económicos más activos y mejor comunicados.
Algo parecido había ocurrido ya a comienzos de
siglo, antes de la electrificación de la industria. El lignito turolense entró
como combustible en las manufacturas zaragozanas tras la construcción del
ferrocarril Utrillas-Zaragoza en 1904 y el consiguiente abaratamiento del coste
de transporte. Casi simultáneamente, en 1907, el ferrocarril minero de Ojos
Negros comenzaba a llevar mineral de hierro a Sagunto (primero para su embarque
y, a partir de 1917, para alimentar los altos hornos). Se esfumaba así la
posibilidad de una imaginada siderurgia turolense. El ingeniero Carlos
Mendizábal decía aún en 1918 que “el país
que reúne una cosa y otra (hierro y carbón), como en Teruel ocurre, es país
destinado por la Naturaleza para la producción de aceros”; no fue el caso.
¿Y antes de todo eso? Durante el siglo XVIII y
comienzos del XIX los combustibles habituales en metalurgia o cerámica eran la
leña y el carbón vegetal; el uso del carbón de piedra era sólo incipiente. Entre
1798 y 1821 funcionó en Utrillas una Real Fábrica de vidrio que aprovechaba el
lignito y las arenas de la zona; fue un intento loable de los ilustrados por valorizar
los recursos naturales endógenos, pero no llegó a cuajar. Más embrionario era
aun el uso de carbón para mover máquinas de vapor industriales, pero sí proliferaban ciertos ingenios
tecnológicos movidos por agua. La energía hidráulica se usaba in situ para mover batanes, martinetes, hiladoras, telares, turbinas
o molinos papeleros, igual que desde época romana venía moviendo norias y
molinos de harina. Esa fuerza motriz no se podía transportar ni por cables ni
en tren; había que aprovecharla cerca del río. Florecieron así industrias
importantes en comarcas como el Maestrazgo o el Matarraña, hoy apartadas de los
circuitos productivos globalizados. Beceite llegó a tener nueve fábricas de
papel; en Villarluengo se instaló en 1789 la primera papelera moderna de papel
continuo, que un siglo después se transformó en industria textil; había
hilaturas y telares en Pitarque, Villarroya, Cantavieja, La Iglesuela, Castellote, Allepuz o Mirambel. No importaban tanto las comunicaciones, los mercados o las
sinergias empresariales, factores que hoy dibujan el mapa de las economías de
escala. Los requisitos para la industrialización eran sencillos: un caudal de
agua y un relieve abrupto por donde conducirlo a saltos. Aguas con fuerza había en
esas comarcas(y también mano de obra disponible, sobre todo en el letargo
agrícola invernal) lo que hizo de ellas un relevante ‘polo industrial’ que llegó
a ocupar a casi una cuarta parte de la población activa. Es difícil imaginarlo
ahora, pero fue.
José Luis Simón Gómez
Colectivo Sollavientos
1 comentario:
Con la lectura del artículo de La energía se nos fue , inicio mi contacto con este colectivo.
Un artículo muy conveniente de conocer.
Me recuerda como en la provincia de Teruel había una industria de proximidad en el siglo XVIII que ha desaparecido totalmente.
Conozco la existencia de los molinos de agua en Beceite, que producían papel incluso para la Real Fabrica, y como se perdió.(algunos se utizan ahora como restaurantes).
Como se podría volver a esta utilización de las materias cercanas para un desarrollo sostenible es el tema.
En fin, un articulo muy interesante que me invita a seguir en contacto con vosotros. Gracias Gonzalo
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