De un año a otro, de un verano al siguiente -sobre todo en verano- van
aumentando los residuos de plástico en los términos de nuestros pueblos:
botellas, vasos, bolsas, pedazos grandes desgarrados, cuerdas sintéticas,
bandejas, tapones, cartuchos de caza,… (compartiendo espacios con las
latas de bebidas, mascarillas anticovid y algún trozo de papel de aluminio).
Aparecen objetos o
fragmentos de plástico de diferentes dimensiones
junto a los ríos y dentro de ellos, en los caminos -señalizados o no-, en
vertederos clausurados, en los fuera de control y en los legales, junto a los
contenedores de residuos, en los merenderos, en los campos y bancales y
hasta en el monte… Las cunetas de las carreteras han devenido
vertederos lineales indefinidos (¿para cuándo señales de tráfico que
prohíban lanzar envases por la ventanilla del vehículo?). Las fiestas son
ocasiones propicias para el desparrame de vasos de plástico. Es un
sarcasmo comprar agua embotellada en pueblos que poseen
emblemáticas fuentes de aguas muy bien valoradas a lo largo de muchas
generaciones precedentes (ah, pero es que hay que ir a por ella).
El plástico, producto derivado del petróleo y de resinas vegetales, es un
material muy útil. El primero se obtuvo en Estados Unidos en 1860. En la
actualidad es de uso generalizado: en el comercio masivamente, en el
envasado de alimentos y de bebidas y en general, en la industria de todo
tipo, en la construcción, en la repoblación forestal, la agricultura de
secano, la horticultura, los
invernaderos, tuberías, para cubrir la leña.
Hasta algunos pájaros los utilizan para construir sus nidos (del mar no
decimos nada porque no lo tenemos a mano, a no ser que algo le llegue
procedente de nuestros ríos). Se ha dado el caso de algún agricultor que
rotura conjuntamente los plásticos usados en la última cosecha con la
tierra y acabamos antes.
Al considerar las posibles causas de este estado de cosas, no deberíamos
dejar de lado el consumismo desaforado que preside nuestra sociedad
actual. Se da una evidente falta de conciencia ambiental por parte de
algunos sectores de la población que quizá se pueda considerar
generalizada y, si no fuera así, una discordancia flagrante entre lo que
sabemos y nuestra conducta al respecto. Los supermercados, a los cuales
estamos abocados cotidianamente, no están sometidos a una normativa
racional en cuanto al uso de envases de los productos y la posibilidad de
su retorno; se conforman con cobrarnos la bolsa de plástico (algo es algo).
El número de campañas institucionales municipales, autonómicas o
estatales es cero patatero (sus señorías se sientan muy cómodos en sus
escaños, dedicados a dilucidar / confrontar sus rivalidades políticas,
dejando de lado en muchas ocasiones necesidades perentorias de la
ciudadanía, sobretodo la excluida). Se echan de menos iniciativas o
campañas municipales para incidir sobre el problema. Los grupos de
voluntariado de recogida de residuos se van abriendo paso tímidamente.
No debemos desdeñar las iniciativas individuales que pueden servir de
ejemplo (si además de no tirar nada, recojo algo...).
Estamos ante una importante cuestión de salud pública, de repercusión
ambiental y de estética. No nos resignemos ante los microplásticos que ya
han invadido nuestros cuerpos y a reutilizar, reducir y reciclar a todo trapo
-o plástico- se ha dicho.
La entrada en vigor del posible eslogan “Teruel, territorio libre de
plásticos", aparte de atajar la generación y vista de estos residuos, podría
contribuir a la disminución de la producción y utilización de objetos de
plástico, sobre todo los llamados de un solo uso. Y hacer más atractivo el
territorio.
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